Presenciar una sesión legislativa puede ser una experiencia esclarecedora magnifica. Luego de un rato de observar cómo se comportan las partes uno entiende todo. Entiende por qué la gente sufre el desamparo legal, por qué las leyes que sí existen son tan malas, por qué algunos quieren "que se vayan todos".
La Cámara de Diputados Provincial es estrepitosamente inmensa y humillantemente lujosa. Prensa está en un rincón alto, donde sólo puede divisar quién se lavó la cabellera ayer, y cuántas tazas de café ellos toman mientras nosotros pasamos horas y horas sin ingerir nada, mirando cómo payasean con un proyectito de ley.
El presidente de la Cámara hablando por celular mientras el presidente del bloque mayoritario explica el proyecto de ley que se debe aprobar en ese instante, su compañero de banca lee el diario, el diputado de la oposición se va al comedor, el otro se rasca un testículo, la otra se maquilla para la foto, y nunca falta el que directamente se va a hablar por ahí con cualquiera.
De un momento monótono como este surge la votación, todos levantan la mano, se putean algunos, el "se aprobó" final, y a otra cosa mariposa, se vuelve a repetir el desprolijo y bochornoso mecanismo, una y otra vez.
Hasta que termina la sesión, se levantan y se van todos silbando bajito y riéndose entre ellos.