También me acuerdo del señor de nacionalidad china llorando en la televisión cuando la gente le saqueaba su supermercado, muchos de ellos desesperados por comer.
Jamás me podré olvidar que en mi ciudad la clase media salió a defender el supermercado del alto, en un abrazo solidario, e impidió que lo saqueen.
Sobre todo, había como un estado anímico general, que unió a todos los que vivíamos en esa Argentina. Había desolación, hastío, indignación, temor y tal vez un poco de esperanza.
En España no es así. Cuando voy a plaza Catalunya, corazón de Barcelona, el panorama es muy distinto. La acampada que comenzó en Madrid el 15 de mayo y las sucesivas en el resto del país son una expresión de deseo. Los cientos de jóvenes que se movilizan son una minoría sobresaliente, que ya estaba politizada. Los adultos que los acompañan son un puñado de nostálgicos de izquierda y algunos estafados por el sistema bancario.
Si bien la #spanishrevolution y la #acampadabcn (en Twitter) están sacudiendo a la dormida sociedad española, todavía no despertó el interés de una mayoría representativa y el objetivo de la movilización no es claro ni siquiera para ellos mismos.
Sin menospreciar lo que está revolucionando una sociedad, las situaciones de argentina y la española no son comparables más que en el uso de la cacerola como un método válido de protesta.
Testimonios
Las acampadas no tienen una organización política que las sustente. Las decisiones se toman en las asambleas constantes que se realizan en las plazas de las distintas ciudades involucradas. En Barcelona hay comisiones varias que se organizan entre sí. Hay un grupo base de unos 150 chicos que están viviendo en la plaza, el gran sustento de la movilización es la gente que acude todos los días a las 21 a hacer sonar las cacerolas.
En la comisión de infraestructura está Pamela, de 25 años, una italiana que vive hace varios años en Barcelona, miembro de los grupos antisistemas que tomaron el antiguo Banco de España meses atrás. Cuando le pregunto qué es lo que esperan que surja de esta acampada me dice sólo esperan una toma de conciencia.
“El fin de esto no lo sabemos, no proponemos políticas ni nada electoral, es sólo una medida de manifestación para tomar conciencia. Lo que nos está saliendo es despertar a la gente del letargo”, me comentó el jueves por la tarde, horas antes que los Mossos de Esquadra, la policía de Catalunya, los desalojara.
En la capital catalana la crisis es de lo único que se habla, los receptores de todas las broncas son los bancos y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE). Sin embargo, para una argentina o cualquier latinoamericano, en las calles españolas no se respira aire de recesión.
Gemma, una catalana de 24 años que atiende en la comisión de comunicación de la acampada de Barcelona todavía no se tocó fondo. “Creo que quedan tres años más de bajada y estaría bueno que cuando llegase lo peor estemos organizados”.
Esta joven antropóloga y docente, considera que la gente no está saliendo a la calle en masa porque todavía hay trabajo: “todavía tenemos cosas que perder como para arriesgarnos a salir a luchar”. Y es ahí donde ella ve la diferencia con la historia argentina, la crisis en España no golpeó a todos por igual, no fue con la misma fuerza.
Revolución
“Los que estamos aquí en la plaza no estamos todos bajo una misma ideología sino que estamos de acuerdo que lo que está pasando está mal”, me contaba Pamela mientras colgaba en la entrada de la plaza un cartel en cartón que decía: “Si no eres parte de la solución eres parte del problema”.
Para Alejandro, otro joven estudiante de 24 años el camino que sigue es llevar la acampada a los barrios, continuar con la organización en distintos ámbitos, más cerca de la gente, para que se transforme en una propuesta a futuro.
“La gente está muy descontenta con esta democracia, queremos que nuestro voto valga”, me decía desde atrás de un escritorio improvisado con cajas y cartones. Detrás de él, bajo toldos y lonas, un equipo de comunicación trabajaba con sus computadoras portátiles en el seguimiento de las repercusiones de la prensa en el mundo y de lo que ocurre en Twitter.
A simple vista, los resultados de las elecciones del domingo pasado, donde el PP, fuerza liderada por Rajoy, de una potente derecha neoliberal, arrasó con el socialismo del PSOE de Zapatero, no pareció afectarles en nada.
“Nosotros el juego a la derecha no se lo hacemos. ¿Cómo podríamos si Zapatero ha tomado medidas que son tan de derechas como los otros? Queremos que cambie el juego no los actores. Tiene que terminar el bipartidismo”, agregó Alejandro.
Un rato antes, Gemma, que tiene el pelo la mitad fucsia y la otra morocha, me dice con cautela que en su opinión personal esto no es lo que se cree. “Pienso que no es momento de una revolución, pero que sí es de organizarse, ir a los barrios. Esto es una carrera de fondo, no de velocidad, esto recién comienza”, agregó.
El viernes, con la excusa del partido de fútbol y los desmanes que puede generar la final de la Champions League, la policía de Catalunya desalojó la plaza luego de que los acampantes se resistieran de manera pacífica. La primer gran prueba ya la pasaron, las elecciones, ahora viene la peor, el tiempo.
Orígenes distintos.
En Argentina fue el corralito, la inflación constante, el despido masivo de trabajadores, el cierre de fábricas, la especulación, la inestabilidad política. En la España donde el 40% de los menos de 35% está desocupado fue Islandia la chispa que generó la protesta.
La isla de 300.000 mil habitantes, una de las economías más estables del mundo, sufrió una revolución colosal que inspiró a los jóvenes españoles. Meses atrás en Islandia, la gente salió a la calle, hizo un cacerolazo y obligó a dimitir a todo el gobierno. Como si fuera poco con eso, convocó a un referéndum que dio con la nacionalización de los bancos y la decisión de no pagarle la deuda de estos banqueros a Gran Bretaña y Holanda. En este “que se vayan todos” también se creó una asamblea popular para reescribir la constitución.
A partir de ahí, los españoles tomaron la decisión de pedir lo mismo, luego de que los bancos hipotequen el futuro de una generación.