31 de mayo de 2011

La revolución española en primera persona

Barcelona, Catalunya, España > En el 2001 tenía 17 años. Recuerdo la incertidumbre, el miedo, las cacerolas golpeándose una con otras en todas las calles del país. La plaza de Mayo llena, el helicóptero.

También me acuerdo del señor de nacionalidad china llorando en la televisión cuando la gente le saqueaba su supermercado, muchos de ellos desesperados por comer.

Jamás me podré olvidar que en mi ciudad la clase media salió a defender el supermercado del alto, en un abrazo solidario, e impidió que lo saqueen.

Sobre todo, había como un estado anímico general, que unió a todos los que vivíamos en esa Argentina. Había desolación, hastío, indignación, temor y tal vez un poco de esperanza.

En España no es así. Cuando voy a plaza Catalunya, corazón de Barcelona, el panorama es muy distinto. La acampada que comenzó en Madrid el 15 de mayo y las sucesivas en el resto del país son una expresión de deseo. Los cientos de jóvenes que se movilizan son una minoría sobresaliente, que ya estaba politizada. Los adultos que los acompañan son un puñado de nostálgicos de izquierda y algunos estafados por el sistema bancario.

Si bien la #spanishrevolution y la #acampadabcn (en Twitter) están sacudiendo a la dormida sociedad española, todavía no despertó el interés de una mayoría representativa y el objetivo de la movilización no es claro ni siquiera para ellos mismos.

Sin menospreciar lo que está revolucionando una sociedad, las situaciones de argentina y la española no son comparables más que en el uso de la cacerola como un método válido de protesta.

Testimonios

Las acampadas no tienen una organización política que las sustente. Las decisiones se toman en las asambleas constantes que se realizan en las plazas de las distintas ciudades involucradas. En Barcelona hay comisiones varias que se organizan entre sí. Hay un grupo base de unos 150 chicos que están viviendo en la plaza, el gran sustento de la movilización es la gente que acude todos los días a las 21 a hacer sonar las cacerolas.

En la comisión de infraestructura está Pamela, de 25 años, una italiana que vive hace varios años en Barcelona, miembro de los grupos antisistemas que tomaron el antiguo Banco de España meses atrás. Cuando le pregunto qué es lo que esperan que surja de esta acampada me dice sólo esperan una toma de conciencia.

“El fin de esto no lo sabemos, no proponemos políticas ni nada electoral, es sólo una medida de manifestación para tomar conciencia. Lo que nos está saliendo es despertar a la gente del letargo”, me comentó el jueves por la tarde, horas antes que los Mossos de Esquadra, la policía de Catalunya, los desalojara.

En la capital catalana la crisis es de lo único que se habla, los receptores de todas las broncas son los bancos y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE). Sin embargo, para una argentina o cualquier latinoamericano, en las calles españolas no se respira aire de recesión.

Gemma, una catalana de 24 años que atiende en la comisión de comunicación de la acampada de Barcelona todavía no se tocó fondo. “Creo que quedan tres años más de bajada y estaría bueno que cuando llegase lo peor estemos organizados”.

Esta joven antropóloga y docente, considera que la gente no está saliendo a la calle en masa porque todavía hay trabajo: “todavía tenemos cosas que perder como para arriesgarnos a salir a luchar”. Y es ahí donde ella ve la diferencia con la historia argentina, la crisis en España no golpeó a todos por igual, no fue con la misma fuerza.

Revolución

“Los que estamos aquí en la plaza no estamos todos bajo una misma ideología sino que estamos de acuerdo que lo que está pasando está mal”, me contaba Pamela mientras colgaba en la entrada de la plaza un cartel en cartón que decía: “Si no eres parte de la solución eres parte del problema”.

Para Alejandro, otro joven estudiante de 24 años el camino que sigue es llevar la acampada a los barrios, continuar con la organización en distintos ámbitos, más cerca de la gente, para que se transforme en una propuesta a futuro.

“La gente está muy descontenta con esta democracia, queremos que nuestro voto valga”, me decía desde atrás de un escritorio improvisado con cajas y cartones. Detrás de él, bajo toldos y lonas, un equipo de comunicación trabajaba con sus computadoras portátiles en el seguimiento de las repercusiones de la prensa en el mundo y de lo que ocurre en Twitter.

A simple vista, los resultados de las elecciones del domingo pasado, donde el PP, fuerza liderada por Rajoy, de una potente derecha neoliberal, arrasó con el socialismo del PSOE de Zapatero, no pareció afectarles en nada.

“Nosotros el juego a la derecha no se lo hacemos. ¿Cómo podríamos si Zapatero ha tomado medidas que son tan de derechas como los otros? Queremos que cambie el juego no los actores. Tiene que terminar el bipartidismo”, agregó Alejandro.

Un rato antes, Gemma, que tiene el pelo la mitad fucsia y la otra morocha, me dice con cautela que en su opinión personal esto no es lo que se cree. “Pienso que no es momento de una revolución, pero que sí es de organizarse, ir a los barrios. Esto es una carrera de fondo, no de velocidad, esto recién comienza”, agregó.

El viernes, con la excusa del partido de fútbol y los desmanes que puede generar la final de la Champions League, la policía de Catalunya desalojó la plaza luego de que los acampantes se resistieran de manera pacífica. La primer gran prueba ya la pasaron, las elecciones, ahora viene la peor, el tiempo.


Orígenes distintos.

En Argentina fue el corralito, la inflación constante, el despido masivo de trabajadores, el cierre de fábricas, la especulación, la inestabilidad política. En la España donde el 40% de los menos de 35% está desocupado fue Islandia la chispa que generó la protesta.

La isla de 300.000 mil habitantes, una de las economías más estables del mundo, sufrió una revolución colosal que inspiró a los jóvenes españoles. Meses atrás en Islandia, la gente salió a la calle, hizo un cacerolazo y obligó a dimitir a todo el gobierno. Como si fuera poco con eso, convocó a un referéndum que dio con la nacionalización de los bancos y la decisión de no pagarle la deuda de estos banqueros a Gran Bretaña y Holanda. En este “que se vayan todos” también se creó una asamblea popular para reescribir la constitución.

A partir de ahí, los españoles tomaron la decisión de pedir lo mismo, luego de que los bancos hipotequen el futuro de una generación.

23 de mayo de 2011

La revolución del sol

La última semana es España se vivió con una fuerte intensidad y expectativas. Una revolución estaba en puerta, unas elecciones municipales y autonómicas también, como una introducción de lo que vendrá para las presidenciales.

Comenzó en Madrid y la chispa se prendió en las otras grandes ciudades: Barcelona, Valencia, Sevilla, etc. Los jóvenes salieron a la calle a mostrar su indignación por el sistema que los condujo a que uno de cada tres menores de 30 años esté sin trabajo y, entre los que no alcanzan a los 25, casi la mitad.

El origen de estas acampadas que mantienen los españoles hace una semana surgió por Islandia. Esa pequeña y fría isla de 300.000 mil habitantes, una de las economías más estables del mundo, sufrió una revolución colosal y nadie se enteró. La gente salió a la calle, hizo un cacerolazo a la islandesa y obligó a dimitir a todo el gobierno. Como si fuera poco con eso, convocó a un referéndum que dio con la nacionalización de los bancos y la decisión de no pagarle la deuda de estos banqueros a Gran Bretaña y Holanda. En este “que se vayan todos” también se creó una asamblea popular para reescribir la constitución.

Los jóvenes españoles se enteraron de esto. En este país donde la crisis les caló profundo en el autoestima y los durmió en un letargo político-social desesperante, el ejemplo de Islandia hizo despertar a algunos. Ese puñado de despiertos fueron a la plaza Puerta del Sol en Madrid y acamparon por unos días, la policía los desalojó y metió en cana a 19, porque en España hay que pedir permiso a la Justicia para manifestarse ¿¡!?. Ajá, como siempre esas cosas le salen mal a los azules. Mucha más gente fue al día siguiente a ver de qué se trataba la acampada.

En España la gente está demasiado endeudada. Los bancos dieron créditos a todos aquellos que lo pidieron. La gente se compró pisos sin tener ahorros y con créditos a tasa insignificante. La recesión los dejó a todos sin trabajo y con una hipoteca que sus nietos van a terminar de pagar. Los bancos que inflaron el globo y lo hicieron estallar siguen vivitos y culiándose a todos. ¿Les suena?

Así que los irreverentes de Islandia decidieron no pagarle a Gran Bretaña y Holanda. Vaya autoridad la de ese pueblo que tomó el toro por las astas. Y así… cientos y miles de jóvenes salieron a las plazas españolas a pedir más democracia.

El problema principal de esta #spanishrevolution es la falta de lemas, de organización política real, porque no tienen la legitimidad plural para crear un estado anárquico, por lo que se hace necesario que su propuesta deba ingresar al sistema.

Las pancartas son claras: los banqueros le arruinaron la vida a la sociedad y ésta callada se deja abusar. El gobierno toma decisiones en contra de la sociedad. Votar cada 4 años no es una participación democrática real. Exigieron referéndums. Piden por la paz en el mundo. Por políticos menos nefastos.

A mi entender son consignas muy naif pero más que válidas. Una revolución de estas características debe tener un motor político, una organización, un partido, un movimiento que surja desde su seno y que se vea representado en el sistema. Todos esos chicos, miles, que salieron a las plazas, no se ven identificados por nadie. Son ellos los que deben dar el salto. Son ellos los que tienen que generar una propuesta real, salir del utopismo de que el mundo debe cambiar solo y hacer el cambio por sí mismo.

El riesgo que se generó con esto fue que en las elecciones del domingo la extrema derecha ganara en cada municipio de España y que los socialistas perdieran como en la guerra, por un sistema y una crisis que no generaron.

Entonces digo... la revolución tiene que tener un sentido fuerte, una consonancia real con un proyecto, sino lo único que hace es dejarle servida la mesa a la derecha más repugnante. El remedio es peor que la enfermedad, muchachos.

En Barcelona la plaza se vivió como un grupo de auto-ayuda para hacer catarsis. Había mucha gente pero no la suficiente, muchos iban a ver de qué se trataba pero sin participar. Hubo debates multitudinarios donde cada persona contó su realidad y sus deseos. La plaza estaba organizada en tres sub plazas para debatir los temas centrales. El motor fueron los jóvenes que están politizados en las universidades, que son pocos. Los adultos de izquierda también se asomaron a ver cómo estaban los de #acampadabcn. El domingo había un par de abuelos gritando por su hipoteca, puteando a los bancos, a la derecha y a maría santísima. Sin embargo, la playas estuvieron llena de chicos que lo único que les interesa es comprarse ropa e ir a bailar a la discoteca. La “gente bien” se quedó en casa mirando fútbol. El reclamo no llegó a la vasta –y clasista- clase media española.

Todos esos chicos en la plaza no deben haber ido a votar. Se quedaron haciendo una revolución de amor como Yoko y John, en la cama, con la guitarrita, en la plaza. Es una lástima pensar que el mundo es mucho más perverso y que un poco de valentía y de amor no pueden ni hacerle cosquillas en los pies al sistema.

Los españoles tienen que dejar de discutirse como enemigos retenidos por la fuerza en un mismo Estado y comenzar a luchar, todos juntos, para cambiarlo de verdad. Porque algo que está claro es que la derecha no les va a dar ningún referéndum para dejar al pueblo participar de las decisiones.

Los chicos dicen que se quedarán en la plaza hasta que el sistema cambie. ¿Pasará esto algún día?