“La
imagen me persigue”, me dice el tipo. La oficina es grande, como todo mi
living, tiene una mesa redonda con 8 sillas y un escritorio en L con
una computadora y un montón de papeles y cosas arriba. Hay una ventana
al costado pero está oscureciendo y las persianas no dejan ver casi nada
de lo que hay del otro lado, que es el estacionamiento que da a la
calle Monasterio. “Me va a perseguir toda la vida esa imagen. No la puedo olvidar”.
Me cuenta más. Me dice que después de 9 horas de rescate terminaron su
trabajo y todos se subieron a una traffic a cenar, era de madrugada. Me
dice que en ese silencio sepulcral después de tanto desastre escucharon
un quejido, no recuerda si fue un llanto o palabras, y que esa persona
fue la última que rescataron con vida debajo de los escombros en la
AMIA.
Me cuenta esto como si me contara que tiene ganas de tomar un
café con leche, apurado, quiere ir a la siguiente pregunta. Miro mi
cuaderno, lo vuelvo a mirar. “¿Cómo hacés para dormir?” Y me hace un
gesto. No le pregunté qué sueña cuando se duerme, no le pregunté por qué
no para, por qué me apura en la conversación, por qué tanta ansiedad. A
veces le hago una pregunta y me contesta otra cosa, como si no me
escuchara. Me habla de olfato, de calle, de experiencia, de lectura, de
rapidez.
Hasta su oficina me fui en remis. Ahí conocí a Javier, el
fotógrafo. Hablamos un rato de la nota, me preguntó por qué había
venido, le hice un gesto y entendió. Tenía un tatuaje en el antebrazo,
una síntesis de un elefante adentro de un círculo. Era calmo. Casi
colorado. Me contó que trabaja más de carpintero que de fotógrafo. Que
trabajó en tres diarios durante varios años, que empezó a hacer retratos
y trabajar para revistas. Que está haciendo una serie sobre la muerte.
Que se va a ir.
En el patio hablo con uno de los choferes que me
cuenta algo que ahora no recuerdo. Mientras me hablaba yo pensaba en las
preguntas, en qué me estaba faltando, en las aristas, en los hilos y
veía los flashes que rebotaban en el piso del otro lado de la
ambulancia. Sí recuerdo que me dijo que el tráfico no le molesta, que la
gente es solidaria. Pensé en que el día anterior vi en Parque Rivadavia
cómo los autos se metían delante de la ambulancia para aprovechar el
envión en vez de dejarla pasar. Él sí me dijo que no duerme, que tiene
pesadillas, que vio cosas horribles, que siempre hizo eso y que no se le
ocurre hacer otra cosa. Pensé en que el fotógrafo es carpintero.
El
fotógrafo tiraba flashes del otro lado de la ambulancia. Había abierto
la puerta, había sentado al tipo, le había dicho que mirara para allá y
gatillaba. A veces con flash, a veces sin flash. El cielo estaba
cambiando de colores, el tráfico se escuchaba fuerte por Vélez
Sarsfield. Entre la oficina y ese momento, Javier me dijo que había
pasado por la redacción y que eran 6 páginas, 15 mil caracteres, que
necesitaba más fotos. Ok. 15 mil caracteres, 6 páginas, más fotos. 15
mil caracteres. 6 páginas. ¿Tapa? Miedo.
Adentro, una señora grita,
“está mintiendo, ahí no hay nada”. El tipo interrumpe lo que me decía,
me quita la mirada, le dice a la mujer “ponelo acá” y señala la pantalla
del medio. En esa habitación enorme hay tres pantallas gigantes
colgando del techo y en la del medio hay ahora la vista desde una cámara
de seguridad de la calle que enfoca una esquina de Parque Patricios. La
cámara gira y enfoca las dos calles, de un lado, del otro, se detiene
en la intersección. Nada. No hay nada. La mujer grita “retenelo en el
teléfono” a uno de los pibes que está sentado en las cuatro hileras de
escritorios. “No mandes a nadie”, sentencia, gira y me dice “vamos al
patio”.
Ahora llamo a su secretaria y no me contesta. Le mando un
mensaje, dos mensajes, tres mensajes. La puteo. Me escribe que el
viernes. El jueves me dice que no, que no se puede salir el viernes. El
viernes me dice que el lunes me confirma. El lunes, ¿me confirmará? Mi
editor me tranquiliza, “seguí insistiendo romi, eso me parece central”.
Javier se ríe y me dice que sigamos esperando. Así será.
“Perdón
Alberto, te interrumpo, Jean Jaures y Valentín Gómez choque, vuelco, una
mujer atrapada. Mandé tres. ¿Querés que vaya?”. Piensa un segundo. Le
dice que no, que se quede, y que mande rápido a esa ambulancia en la que
luego se sentará, sobre la puerta que abrió Javier, mirará para allá y
será retratado, para siempre, en su mameluco verde y el chaleco rojo.
Algo de mi otro blog, ese de las #aspiraciones literarias: http://brillanlaspalabras.tumblr.com/