17 de abril de 2014

crónica de una crónica

“La imagen me persigue”, me dice el tipo. La oficina es grande, como todo mi living, tiene una mesa redonda con 8 sillas y un escritorio en L con una computadora y un montón de papeles y cosas arriba. Hay una ventana al costado pero está oscureciendo y las persianas no dejan ver casi nada de lo que hay del otro lado, que es el estacionamiento que da a la calle Monasterio. “Me va a perseguir toda la vida esa imagen. No la puedo olvidar”.
Me cuenta más. Me dice que después de 9 horas de rescate terminaron su trabajo y todos se subieron a una traffic a cenar, era de madrugada. Me dice que en ese silencio sepulcral después de tanto desastre escucharon un quejido, no recuerda si fue un llanto o palabras, y que esa persona fue la última que rescataron con vida debajo de los escombros en la AMIA.
Me cuenta esto como si me contara que tiene ganas de tomar un café con leche, apurado, quiere ir a la siguiente pregunta. Miro mi cuaderno, lo vuelvo a mirar. “¿Cómo hacés para dormir?” Y me hace un gesto. No le pregunté qué sueña cuando se duerme, no le pregunté por qué no para, por qué me apura en la conversación, por qué tanta ansiedad. A veces le hago una pregunta y me contesta otra cosa, como si no me escuchara. Me habla de olfato, de calle, de experiencia, de lectura, de rapidez.
Hasta su oficina me fui en remis. Ahí conocí a Javier, el fotógrafo. Hablamos un rato de la nota, me preguntó por qué había venido, le hice un gesto y entendió. Tenía un tatuaje en el antebrazo, una síntesis de un elefante adentro de un círculo. Era calmo. Casi colorado. Me contó que trabaja más de carpintero que de fotógrafo. Que trabajó en tres diarios durante varios años, que empezó a hacer retratos y trabajar para revistas. Que está haciendo una serie sobre la muerte. Que se va a ir.
En el patio hablo con uno de los choferes que me cuenta algo que ahora no recuerdo. Mientras me hablaba yo pensaba en las preguntas, en qué me estaba faltando, en las aristas, en los hilos y veía los flashes que rebotaban en el piso del otro lado de la ambulancia. Sí recuerdo que me dijo que el tráfico no le molesta, que la gente es solidaria. Pensé en que el día anterior vi en Parque Rivadavia cómo los autos se metían delante de la ambulancia para aprovechar el envión en vez de dejarla pasar. Él sí me dijo que no duerme, que tiene pesadillas, que vio cosas horribles, que siempre hizo eso y que no se le ocurre hacer otra cosa. Pensé en que el fotógrafo es carpintero.
El fotógrafo tiraba flashes del otro lado de la ambulancia. Había abierto la puerta, había sentado al tipo, le había dicho que mirara para allá y gatillaba. A veces con flash, a veces sin flash. El cielo estaba cambiando de colores, el tráfico se escuchaba fuerte por Vélez Sarsfield. Entre la oficina y ese momento, Javier me dijo que había pasado por la redacción y que eran 6 páginas, 15 mil caracteres, que necesitaba más fotos. Ok. 15 mil caracteres, 6 páginas, más fotos. 15 mil caracteres. 6 páginas. ¿Tapa? Miedo.
Adentro, una señora grita, “está mintiendo, ahí no hay nada”. El tipo interrumpe lo que me decía, me quita la mirada, le dice a la mujer “ponelo acá” y señala la pantalla del medio. En esa habitación enorme hay tres pantallas gigantes colgando del techo y en la del medio hay ahora la vista desde una cámara de seguridad de la calle que enfoca una esquina de Parque Patricios. La cámara gira y enfoca las dos calles, de un lado, del otro, se detiene en la intersección. Nada. No hay nada. La mujer grita “retenelo en el teléfono” a uno de los pibes que está sentado en las cuatro hileras de escritorios. “No mandes a nadie”, sentencia, gira y me dice “vamos al patio”.
Ahora llamo a su secretaria y no me contesta. Le mando un mensaje, dos mensajes, tres mensajes. La puteo. Me escribe que el viernes. El jueves me dice que no, que no se puede salir el viernes. El viernes me dice que el lunes me confirma. El lunes, ¿me confirmará? Mi editor me tranquiliza, “seguí insistiendo romi, eso me parece central”. Javier se ríe y me dice que sigamos esperando. Así será.
“Perdón Alberto, te interrumpo, Jean Jaures y Valentín Gómez choque, vuelco, una mujer atrapada. Mandé tres. ¿Querés que vaya?”. Piensa un segundo. Le dice que no, que se quede, y que mande rápido a esa ambulancia en la que luego se sentará, sobre la puerta que abrió Javier, mirará para allá y será retratado, para siempre, en su mameluco verde y el chaleco rojo.


Algo de mi otro blog, ese de las #aspiraciones literarias: http://brillanlaspalabras.tumblr.com/