1 de septiembre de 2016

Nota Brando - Tras los pasos de César Aira

Tras los pasos de César Aira

Una periodista se obsesiona con la figura del autor más prolífico y misterioso de la literatura local y se propone descubrir qué hay detrás del mito construido alrededor de un escritor que suena en las apuestas como candidato al Premio Nobel, que tiene publicados 90 libros y sigue agotando ediciones, que hace tiempo se retiró de los circuitos oficiales pero se pasea por las ferias independientes, y que a pesar de no dar notas a los medios nacionales, es una presencia constante. 
Por Romina Zanellato 
Feria del Libro 2012. Frente a mí estaban las tres versiones de la tapa de El mármol, el libro de César Aira editado por La Bestia Equilátera. ¿Llegó el momento de leer a Aira? Elegí la tapa de las caricaturas y me volví a casa con cierta resistencia. En la contratapa se leía: "A falta de cambio, el cajero de un supermercado chino le ofrece al protagonista de esta novela que elija entre un montón de naderías. Resignado, el hombre manotea al azar unas pilas chinas, un ojo de goma con luz, una tabla de proteínas, una hebilla dorada, una cucharita lupa, un anillo de plástico y una cámara fotográfica del tamaño de un dado. Ignora que al salir lo espera una aventura, y que a esos objetos que cree inútiles podrá darles una función insólita en cada capítulo de sus andanzas". Tenía un prejuicio fundado en cosas azarosas que había escuchado sobre sus novelas y el recuerdo de algunas contratapas delirantes como esta. ¿El hombre escribe fábulas? La literatura argentina, la alta y buena literatura bien aprendida por la cultura, es cosa seria, dicen, y Aira parecía que se dedicaba a contar historias surrealistas, ridículas. Las tramas eran absurdas y El mármol, en un principio, me confirmó todo eso que había elaborado sin mucha conciencia. 
Lo padecí. Mientras avanzaba en su lectura viví una ansiedad insoportable, la narración tenía una velocidad tal que parecía que estaba siendo escrita al mismo tiempo en que la leía. Nunca había sentido ese vértigo antes. Cada vez que entraba a un supermercado chino reconocía una descripción de Aira sobre algo que no había notado antes, cada vez que el cajero me daba el vuelto en chucherías esperaba que fueran llaves, pequeños tesoros capaces de destrabar mis problemas cotidianos. Fueron meses reviviendo El mármol entre las góndolas del chino hasta que entendí, ¡qué libro más fantástico! Lo volví a leer, esta vez deslumbrada por su poder, y me compré otros. La sección Aira de mi biblioteca creció considerablemente, con sus tramas imprevistas y fantásticas. Podía ir de Yo era una niña de siete años, donde la narradora es una niña que vive con su padre, el rey, y sus dos sirvientes, hasta Varamo, donde cuenta un día en la historia de un panameño que escribe un poema que cambia la historia de la literatura, o sumergirme en La guerra de los gimnasios, con contratapa de Fabián Casas en la que dice: "Aira -a pesar de hacernos reír a granel- es el escritor argentino más serio que existe. Nadie cree con tanta convicción como él en el poder de la escritura. Y tiene razón [...]. Esa electricidad que produce el amor, pero que también logran los hábiles fabuladores, forma parte esencial de la prosa aireana". 
De sus libros pasé a preguntarme por él, y la periodista que hay en mí superó a la lectora. Quise saber quién era, qué pensaba sobre determinados temas sociales, artísticos, coyunturales. No encontré nada reciente. Las fotos que me daba Google eran bastante viejas. Su mito me hizo acordar al J. D. Salinger o Thomas Pynchon, escritores recluidos que eligieron convertirse en nombres sin cara pública. Un punto más a la curiosidad. Me propuse, entonces, investigar al escritor que en 2015 fue nominado al Man Booker Award -premio inglés de 60.000 libras que se disputa entre los 10 mejores escritores del mundo-, que está entre las apuestas a ganar el Premio Nobel, que tiene más de 90 libros editados y al que Patti Smith cita como uno de sus favoritos. Vivir al mismo tiempo que un clásico es muy difícil, que se lo reconozca como clásico mientras vive es casi imposible, que esté tan cerca es una tentación que no pude contener. 
El universo Aira
Wikipedia dice que nació en Coronel Pringles el 23 de febrero de 1949 y que al cumplir los 18 años se mudó a Buenos Aires, al barrio de Flores, en el cual aún vive. Durante los primeros dos años fingió estudiar Derecho, después se puso a escribir. Está casado con la poeta Liliana Ponce y tiene dos hijos. Como el mundo virtual no ofrecía nada más, acudí a libreros y editores, y hubo unanimidad en el diagnóstico: lo que hay de Aira se vende. En una librería conviven novelas de $300 con algunas ediciones de $40, editoriales multinacionales con cartoneras. ¿Y él?: "Es un tipo normal", me respondía el coro. 
En el medio de mi pesquisa me crucé con una novela de Ariel Idez que se llama La última de César Aira, en la que el escritor es el personaje principal, el malvado que quiere destruir la literatura argentina. Alguien más está obsesionado con Aira, pensé. La novela es un disparate aireano que plantea una posibilidad certera: su maquinaria semántica, su superproducción, no solo puede acabar con él mismo sino también con la literatura argentina actual. "Qué bodrio", me decían mis amigas cada vez que daba vueltas sobre el asunto. ¿Nadie se da cuenta o yo llegué muy tarde? 
Descubrí en YouTube algunas entrevistas que le hicieron hace algunos años, disertaciones y también notas para revistas estadounidenses como BOMB. Supe que todas las mañanas va a un café de Flores para escribir a mano una o dos páginas diarias. Usa cuadernos de papel liso, sin renglones ni cuadriculado, con espiral, que compra en la papelera Wussmann. Escribe con una lapicera Montblanc de tinta negra. Todo lo compra siempre en el mismo lugar, se lo guardan para él. Es un hombre metódico y de rutina. Le dijo a María Moreno, escritora que lo entrevistó, que esa exacta combinación de la tinta y el papel le asegura un buen ritmo de escritura, corre bien por la hoja, no la mancha, fluye sin entorpecer la imaginación. Antes del mediodía vuelve a su casa, pasa a la computadora lo que escribió, se deshace del papel, de las huellas de su proceso creativo. 
Adivino que es obsesivo, ordenado, que se toma muy en serio el acto de imaginar. Descubrí que no le interesa la psicología de los personajes como en las novelas clásicas, que le gustan los policiales, el cómic, que lee algunas cosas nuevas pero que, en general, no las comenta. Averigüé que su grupo de amigos más cercano son escritores. Él los nombra: su amigo de la infancia Arturo Carrera, Tamara Kamenszain, Sergio Bizzio, Alberto Laiseca, Ricardo Strafacce. Lo fue también Rodolfo Fogwill. Hay otros más jóvenes, con ellos anda por esos lugares donde me lo nombraban como habitué: Pablo Katchadjian, Francisco Garamona, Damián Ríos, entre otros. Le gusta la tertulia literaria, aparecer en la feria de editoriales independientes La Sensación y en la librería La Internacional, en el café Varela Varelita, pero no en los eventos del circuito formal o mediático de la literatura. 
Un día recibí un mail de una amiga ilustradora donde me contaba un suceso que entendí como el contagio de mi obsesión. "Estaba en Varela Varelita y vi a César Aira en la mesa de al lado. Cuando se estaba yendo se acercó y me dijo que siempre me miraba dibujar, que me veía muy concentrada y me felicitó. Antes de irse saludó al mozo y el mozo le dijo: «Chau, Oscar». No era él". No descartamos la posibilidad de que el mozo le hubiera cambiado el nombre para jugar con su mito. 
Podría haber sido, porque está interesado en el arte. En el sello Blatt & Ríos editan todos los años al menos una novelita de él, la última que leí es Artforum, un compendio de relatos que él denominó autobiográficos -esto lo dice en una nota española-, sobre su obsesión con esta revista de arte moderno, de distribución casi inaccesible en el país. El fetiche me pareció un gesto, una pista. 
En la librería La Internacional hay una parte de la biblioteca solo de textos de Aira. En las paredes del salón del fondo hay una colección personal de arte de Francisco Garamona, su dueño y editor de Mansalva. Mientras maquetaba un futuro libro de la editorial, me señaló sin mirarme tres cuadros pequeños de colores estridentes que había sobre la pared. "Los pintó César", me dijo. Parece que no hay más que esos tres y no están a la venta. Después encontré una nota en la que dice que lo que de verdad le hubiera gustado hacer es dibujar, pero no tiene el don, que él cuando se deja llevar por la trama siente que está pintando un cuadro. Tan cerca, además, a la poesía. 
Damián Ríos, uno de sus editores, me comentó que a Aira le gusta tener una relación cercana con quienes lo editan, sentir confianza y aportar al catálogo. El texto se entrega cerrado y son pocos quienes se animan a hacerle comentarios, Ríos es uno de ellos. "A veces lo que parece un error es una genialidad, pero también puede ser un error, siempre hay que preguntar". Aira está al tanto de todo el proceso, aprueba las tapas, los materiales, pero no interfiere. Cada libro de él que imprimen lo venden. Aira tiene un séquito de fans que compra todo lo que haya. En Mercado Libre hay primeras ediciones de novelitas que se venden a $1.000: es material para coleccionistas. 
Las piezas más preciosas en la biblioteca son las traducciones. En la mía tengo una edición de El mármol en italiano, publicada por Ediciones Sur, de tapa dura forrada en tela turquesa, impresa con serigrafía. Una belleza bastante inútil porque no sé leer en italiano. Tengo otros ejemplares de otros idiomas que les fui pidiendo a todos los que viajaban al extranjero. Mi hermano me trajo The Musical Brain, su libro de relatos que editó New Direction Books y que The New York Times eligió entre las mejores 15 tapas de 2015. Es un holograma con una mano que se mueve y prende una chispa con el dedo índice. 
La construcción del mito
Como un fantasma escritor, Aira está en todos los catálogos, desde las editoriales más chicas hasta las grandes como Planeta o Penguin Random House. En una cena de editores me enteré de que con esta última corporación edita directamente desde España, donde hace poco se inauguró la Biblioteca César Aira. "No pasa por acá, ni nos enteramos", me dijeron. En el caso de Emecé (sello perteneciente al Grupo Planeta) tiene su propia colección, que edita Mercedes Güiraldes, con quien trabaja hace décadas. 
En general, los escritores no publican del modo en que él lo hace -en varias editoriales a la vez-, probablemente porque su producción es tal que ninguna casa podría sacar cinco novelas al año. "Es difícil decir si hay o no estrategia detrás de esa manera particular de Aira de publicar. Creo que forma parte de una estética y de una ética de autor. Es un indudable gesto de libertad artística e independencia personal y es indisoluble de su forma de concebir la literatura. Pero esa forma tiene su eficacia. Sin prisa y sin pausa, Aira creó una obra impresionante, rupturista y clásica a la vez, quizás la más original de la literatura argentina desde Borges", definió Güiraldes. 
Una vez leí una nota en la que se teorizaba acerca de que un escritor debe ser un hombre-enciclopedia, saber de todo para poder escribir sobre todas las cosas. Lo llamaba "el hombre universal". Pienso que Aira escribe de manera fragmentaria una serie de textos que publica de manera constante y que conforman una obra total, un gran libro por completar. No hay novelitas aisladas, hay una continuidad que las une en un proyecto enciclopédico y también en un lenguaje propio. ¿Cuánto de su mito personal no fue también una creación propia? ¿Cuándo se termina el libro? 
Antes, cuando sí daba notas, Aira causaba bastante revuelo. En 2004, le hicieron una entrevista en Clarín donde dijo que "el mejor Cortázar es un mal Borges"; ahí, también dijo que Manuel Puig, Alejandra Pizarnik y Osvaldo Lamborghini eran sus referentes como escritores, modelos de vida y actitud. Aunque hizo la salvedad de que no necesariamente los modelos de vida actúan en uno como ejemplos. Después del escándalo que se generó a raíz de su opinión no habló más con la prensa. Su amigo Ricardo Strafacce dice que le da pudor aparecer en los medios dando un juicio muy categórico porque no se toma en serio a sí mismo, cree que el escritor habla en su obra. En las notas que dio en otros países también tiró frases polémicas, pero ya sin ofender a nadie. "Soy de los raros escritores a los que les gusta escribir realmente", dijo en una entrevista que le hizo el escritor danés Peter Adolphsen en el Louisiana Literature Festival en 2012. "Hay muchos escritores que quieren seguir siéndolo por los beneficios sociales que trae, entonces cada 10 años hacen el esfuerzo por seguir manteniendo el carnet y hacen el sacrificio de escribir un libro". 
"¿Podríamos soportar una verbosidad tan demencial, alguien que además de publicar cuatro o cinco libros por año esté hablando en todos los suplementos y las revistas?", me preguntó Mauro Libertella, periodista y escritor. Lo fui a buscar porque alguien me dijo que él había leído todo lo publicado de Aira. Son pocos lectores los que pueden cargar ese título. Me lo negó en el primer acercamiento, solo leyó alrededor de 20 de sus libros publicados, no es más que una mínima parte. Libertella hace poco editó un libro de entrevistas a los grandes escritores latinoamericanos para la editorial chilena de la Universidad Diego Portales; Aira se negó a participar. 
"Me parece que no podríamos soportarlo. Es su literatura lo que lo puso en el lugar en el que está, cualquiera que sea ese lugar. Él se movió bien e hizo el trabajo largo, el de fondo: buscó antes la institución literaria que el mercado. Entonces nos llegó antes la idea de que Aira era un escritor importante que la proliferación total de sus libros, que sucedió hace unos 10 años, cuando todas las editoriales, nuevas o antiguas, querían publicarlo. Durante los 80, Aira intervenía fuerte en el debate literario, publicaba en revistas y se metía en quilombos. Esos fueron sus años de verdadera construcción profunda. Lo que estamos viendo ahora, me parece, es la estela que dejó ese trabajo verdaderamente intenso de años". De a poco, empecé a creer que su silencio podía ser leído como una estrategia muy inteligente. Sus juicios, evidentemente, son categóricos porque su archivo así lo demuestra. Se mueve en un círculo amistoso al cual le es fiel y respalda. También expulsa con determinación a muchos otros. 
En el medio de mi búsqueda por saber quién es Aira, escuché que iba a disertar en el Museo del Libro y de la Lengua a favor de su amigo Pablo Katchadjian, escritor que aún enfrenta un juicio por plagio por parte de María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges. Fue la única aparición pública que supe de él en los últimos años. Fui emocionada por poder verlo, escucharlo y, tal vez, tener la posibilidad de hacerle varias preguntas que tenía pensadas. Me senté en el piso frente a él y lo grabé mientras hablaba de la invención: "Antes me llenaba la boca diciendo que lo que hacía era experimental. Desde que escuché una frase de William Burroughs no lo digo más. La frase dice que una escritura experimental es un experimento que salió mal, si el experimento salió bien es un clásico. Yo, a su vez, creo que no hay ningún clásico que no haya sido antes un experimento". Se oyeron risas en el auditorio, las oigo hoy en mi casa al escuchar la grabación. Y recuerdo cómo se fue rápido por la puerta lateral, y así se escapó mi primera oportunidad real de hablar con él. 
Su permanencia
Hay algo emocionante en la forma en que construye sus narraciones. Cada uno de sus libros, esas pequeñas novelitas de 100 páginas, contiene un universo diseñado a escala, creado en el momento en que lo escribe. Aira es un amo de las palabras, a las que amasa con destreza para crear imágenes poderosas y verosímiles. Su talento es tal que mientras plantea una secuencia narrativa surrealista, se las arregla para bajar línea y expresar su postura crítica sobre algunos temas de una manera casi imperceptible. 
La crítica literaria le dedicó su atención. Algunos lo califican de escritor de derecha por concentrarse en hacer cuentos de hadas dadaístas en vez de la literatura de denuncia social que tomó fuerza en los 90. Le pregunté a Hernán Vanoli, editor de Momofuku y crítico: "Hay una suerte de neopopulismo experiencial que se opone a Aira porque Aira simplemente tiene cierta relevancia intelectual. No es tan fácil, no canta una que sabemos todos, no codifica la experiencia social como una revista de cultura juvenil, y bueno, esa impugnación me parece lamentable". Me dijo, también, que para él era un autor fundamental del siglo XX, pero no dejó de señalar que eso es el siglo pasado. 
Yo, al final, intenté hacer como Aira cuando empieza a leer un autor nuevo, me metí de lleno en su obra y en saciar mi curiosidad. A medida que pasó el tiempo, los libros se apilaron en mi biblioteca, la pasión cedió frente al respeto y mi interés giró a otra cosa. Sin embargo, llegó el día en que, caminando por Paraguay, al llegar a Scalabrini Ortiz lo vi. Estaba fumando un pucho con el escritor y abogado Ricardo Strafacce en la vereda del Varela Varelita. Fue un segundo en que mis ojos se cruzaron con los de él, recibí una descarga de energía desde mi interior, bajé la vista y crucé la avenida, escapándome, perdiendo así la última oportunidad de decirle a César que él se había convertido en mi clásico.