¡Pugliese, Pugliese, Pugliese!, se repite como una oración y con mucho de exclamación. Santo patrono de los músicos, antimufa, protector del sonido, aleja acoples, estampita de estuche de instrumento, cuadro de sala de ensayo, troesma del trabajador musical.
La primera vez que vi la estampita de Osvaldo Pugliese fue hace más de 15 años, en un reducto oscuro y seguramente clandestino de rock. Era una fotocopia en tamaño A4 de una impresora con poca tinta, pegada a los teclados de una banda de ska. Los anteojos de marco negro del Maestro daban a la audiencia, que era poca. El sonido fue impecable.
Lejos del Vaticano y de la religión, los músicos son supersticiosos y cabaleros como pocos. Algo tiene que explicar el éxito de un show, la presencia interesada del público, no perder plata, ganar algún mango, que alcance para la orquesta, el cable que aguanta y resiste, la corriente eléctrica que se banca esos enchufes, el acople mágico y misterioso como un fantasma sobre el escenario, se instala y deambula, se va, ¿sabe el sonidista qué perilla tocó para que se fuera? Don Osvaldo está ahí, Pugliese Pugliese Pugliese, ayúdanos.
Hoy, en 2017, a pocos metros del Ciudad Cultural Konex, en Sarmiento 3535 hay una santería con rosarios, inciensos, estampitas, velas, y algunos juegos. Eso es cuando está abierta, pero cuando está cerrando el ruido metálico de la cortina va anunciando una imagen que se forma: el retrato de Osvaldo Pugliese.
En la vereda de enfrente, de refilón saqué el teléfono y resolví la curiosidad: abrí la app de Google y tipeé: por qué es santo pugliese. De entrada, no fue fácil. Los tres primeros artículos dicen cosas disímiles y bastante ridículas. Lo dejé ahí y me fui a El boliche de Roberto a unas cuadras. Aprendí algunas cosas sobre su personalidad y su personaje, muchas de ellas se fueron modificando a lo largo de las conversaciones, deformando como un mito.

Osvaldo Pugliese nació el 2 de diciembre de 1905 y murió hace 22 años. Provenía de una familia de músicos, trabajó en una imprenta, el piano fue su tercer instrumento, primero la flauta y segundo el violín. Vivió toda su vida en Villa Crespo, gran parte con su mujer Lidia Elman. Compuso más de 150 temas, grabó cerca de 600, uno de esos tangos se llama Beba por el nombre de su hija, Beba Pugliese. Su primera orquesta la armó en la segunda mitad de la década del ‘30, después que muchos otros, pero sus formaciones fueron de las más longevas en el rubro: los músicos se quedaban con él durante años y años.
Era comunista, militante, armó el Sindicato de Músicos Argentinos, organizó su orquesta como una cooperativa, de base cobraban todos lo mismo, se sumaban porcentajes de acuerdo a su participación en la composición y a lo que laburaran. Y tocaban mucho, todos los días. Cayó preso una vez y alguien dejó un clavel rojo sobre su piano, no lo reemplazaron mientras la orquesta continuó su función. Volvieron a hacer lo mismo la segunda vez y todas las noches que cayó en cana. Él consideraba que el tango debía bailarse, que había que mirar los pies de los bailarines para reconocer el ritmo que una pieza debía tener, para marcar el pulso sanguíneo.
Empecé a averiguar. Fui a verlo a Omar Brunelli, musicólogo investigador en el Instituto Nacional de Musicología. Él, estudioso de la obra de Astor Piazzola, tiene la teoría de que el tango contemporáneo tiene una impronta más derivada de Pugliese porque cuando empezaron a armarse las orquestas populares, las orquestas típicas de principio de los ’90, los estudiantes tenían como profesores en la Escuela de Música de Buenos Aires a los músicos de su orquesta, como a Rodolfo Mederos. “Pugliese tiene algo que él mismo reconocía y es que su estilo era muy percusivo, y esa forma tiene una vinculación con el rock, están emparentadas”, me dijo en su oficina de San Telmo.
También me contó una anécdota muy hermosa. Cuando Piazzola hizo su primer conjunto lo llamó a Pugliese para que le dijera si eso que había compuesto era o no era tango. Don Osvaldo escuchó y luego le dijo que sí. Lo bendijo.
No sé si hay algún estudio de grabación o sala de ensayo en el país que no tenga la estampita de Pugliese en algún lugar. Incluso y sobre todo los de rock. Hago memoria y pienso en Spector Studios en Constitución, pero sólo me aparecen la colección de muñecos de Star Wars sobre las paredes. Le escribo por chat a su director, Mauro Conforti, y me dice que sí, que tiene dos fotos del Maestro en el control del estudio.

En 1981, Mona Moncalvillo entrevistó a Pugliese para la revista Humor y le preguntó cómo hizo para que su orquesta no parara nunca durante los 42 años previos. Él dijo: “Me pasaron muchas cosas, pero me sostuvo la férrea voluntad de mantener la música popular. Otros con menos carácter hubieran abandonado; ése fue uno de los factores. El otro fue el sistema de la orquesta; por ser una cooperativa, todos peleaban por su subsistencia, no era sólo el director que peleaba por su nombre. Eso llevó a que la orquesta se mantuviese y enfrentase todos los problemas de la “nueva ola”.
Él creía en el tango popular, en que el tango se bailara, fuera tocado en un club de barrio, en cada milonga. Y es en eso en lo que se convirtió, en su deseo. Tal vez no se toque tango en cada salón, pero sí donde hay música está él. Como en los camarines del Club Cultural Matienzo o en la sala de Radio Colmena, punto clave de reunión en la cultura joven e independiente de la ciudad.
Pudiendo reunir algunos datos: era pianista, era comunista, su orquesta era una cooperativa, un hombre de Villa Crespo; se puede hacer un identikit de Pugliese, el señor cara de bueno de anteojos de marco negro grueso. ¿Pero cómo era como persona, qué sensibilidad exponía en sus relaciones, cómo era su música? Sólo hay experiencias y fui a buscar eso a la casa de Rodolfo Mederos, su bandoneonista.
“Mi ingreso a la orquesta de Don Osvaldo fue en 1969 a raíz de que su orquesta se había desmembrado. Desde mí, que es desde donde puedo hablar, no entré demasiado convencido porque mi estética no coincidía con la de él. Me resultaba intempestuosa, angulosa, con muchas aristas, no era confortable. Ingresé porque era muy honorifico, pero no era con lo que yo más disfrutaba. Necesité 30 años, que casi no es nada, es apenas un suspiro, para que cambie mi evaluación situacional. Se trató de un cambio emocional pero también intelectual. No es que comprendí solamente, comprendí y sentí la importancia que había tenido –aun habiéndome ido hace 20 años de la orquesta- de manera inconsciente en mí”.
Mederos comprendió y aprovechó una oportunidad que le presentó un alumno para verlo por última vez, para abrirle su corazón y mostrarse su agradecimiento. En la Escuela de Música Popular de Avellaneda, un alumno pianista le preguntó cómo hacía Osvaldo para hacer cierto sonido específico. Fue una pregunta técnica que no supo contestar, así que al llegar a su casa lo llamó. “Te espero a las 5, traé medialunas de grasa”, le dijo.
Con los mates y la merienda, Mederos pudo hablarle. Pugliese lo escuchó, hizo una mueca de sonrisa y le dio una palmada en la espalda.
Agrega: “No sé qué hubiera pasado si no hubiera tenido esta experiencia artística con él. Pero sí considero que mi experiencia con la música de Osvaldo logró en mí otra cosa y yo no hubiera concebido ciertas maneras e ideas sino hubiera pasado por esa experiencia, poderosísima. Hablo de los principios en los que se basa esa música, es algo más esencial, como algo más noble, una nobleza no de la oligarquía, es otra esencia, es una entereza. No sé si me explico, pero creo que comprendés”.
Sí, entiendo que hay una verdad en la música de Pugliese que se transmite, y que ese personaje justiciero sólo puede vincularse a un imaginario colectivo de protección, amor y obra.
Sí, hay unas teorías locas en internet sobre cómo Osvaldo Pugliese se convirtió en antimufa, en protector de los músicos y sonidistas, en santo patrono de la música popular, pero son incontrastables, bordean lo delirante. Me quedo con la experiencia y la sensación.