23 de mayo de 2021

Rolling Stone: Tapa Nathy Peluso - abril 2021

 


La uña larga de acrílico blanco en degradé a verde flúo de Nathy Peluso escarba un huevo revuelto sobre una tostada. Busca el “aguacate” del sándwich de palta que pidió en un café de Núñez. No lo encuentra. “Esto no es huevo, es como un preparado”, dice con cara de asco, pero mira sobre su hombro y ve unas trabajadoras desbordadas por clientes que reclaman. Se da por vencida y se come el sándwich que, de verdad, luce mal. Ese será el único alimento por las siguientes horas para la nueva estrella latina que prepara su secreto ascenso desde el sur al mercado anglosajón. “Todo es orgánico en mi carrera, nada es forzado”, repite varias veces en las entrevistas. Nathy parece una piba porteña de los 2000, a la que le cuelga un osito de peluche de la riñonera y se cubre media cara con una gorra que dice cries in spanish, pero en un par de horas se transformará en una mujer de negocios que controlará su imagen de mujer sensual hasta el último milímetro de su cuerpo en la sesión de fotos para la tapa de Rolling Stone. Una verdadera business woman en función del personaje que interpreta esta temporada. Tal vez la tercera Nathy Peluso que dio a conocer hasta ahora.


Si esto fuera una película tipo documental sobre su carrera, acá vendría un corte. La escena que sigue incluye a Nathy, que está a pocas horas de subirse a un avión para viajar a Miami a los Premios Lo Nuestro, donde está nominada a mejor artista femenina revelación, categoría que terminará ganando Nicki Nicole, la artista de tapa de RS en enero pasado. Aprovecha el viaje y se queda unas semanas, empieza a grabar cosas que mantiene en secreto. A los pocos días se muestra en Instagram con el colombiano J Balvin, la megaestrella de la música urbana latina. Cardi B lo festeja en las redes. Algo está tramando, pero no quiere decir nada. “La onda realmente es conquistar el mundo, ¿vos te podés llegar a imaginar que yo sea conocida mundialmente? Sería algo raro, ¿no? Que una mujer como yo… sería una mujer muy famosa sin los dientes hechos”, y larga la carcajada.

Corte. Su ascenso meteórico comenzó en 2018, cuando juntó un par de canciones en un disco, Esmeralda, y casi en simultáneo sacó el single “Corashe”, que las pibas argentinas eligieron como un himno feminista sin que ella tuviera noción de la marea verde que crecía en su país natal. El éxito de esa canción la hizo volver a Buenos Aires después de muchos años, tantos que no puede sacar la cuenta porque no se acuerda bien. Es que nació en Luján, creció en el barrio porteño de Saavedra, pero emigró a España con su familia a los diez años, y luego solo volvió una vez en la pubertad, en esa época donde no prestaba mucha atención a lo que pasaba, y el recuerdo es borroso. Pero es 2018 y su primera fecha en su país es en Niceto Club, que agotó las entradas en cuestión de horas. Entonces lanzó un Groove, que explotó más rápido, y luego un Ciudad Cultural Konex. Comenzó el fenómeno Nathy Peluso en Argentina. Y volvió a España, triunfante, como profeta en su tierra.


Otra escena, esta vez en pandemia. Nathy está en su casa en Barcelona y todo el contacto con la realidad externa pasa por el teléfono. Le llega la noticia: “Nasty girl”, como le dice a la BZRP Session #36 que hizo con el productor Bizarrap, el artista argentino más escuchado en las plataformas digitales, alcanzó los 100 millones de reproducciones en YouTube (al cierre de esta edición está cerca de los 190) y se convirtió en el hit más grande de su carrera. Como en “Corashe”, otra vez con su lírica corre al macho que arruga frente a sus curvas, su decisión, su deseo, y se vuelve como un himno. Casi 750.000 reversiones de la Session con Bizarrap fueron hechas en TikTok. Su cuenta de Instagram triplicó sus seguidores en los dos meses siguientes. “Este culo es natural, no plastic”, es la bandera de la temporada, y así, entró en el circuito mainstream del trap local y, sobre todo, metió un hit global.

Último corte. En la cúpula del Centro Cultural Kirchner se graba en vivo la participación en los Grammy Latinos 2020. Fito Páez está de saco rojo sobre un piano blanco y ella aparece como en una escena de Flashdance, con mallas y calzas color fucsia, mientras da vueltas como un carrusel sobre el parquet. Frena, dramática y mojada, y mirando a cámara canta la versión tanguera de su hit “Buenos Aires”, ese que grabó en La Diosa Salvaje, el estudio del Flaco Spinetta, y con sus músicos. La canción, que es parte de su segundo disco, Calambre, cruza las fronteras generacionales y de su repertorio es la que más les gusta a los rockeros. “Ella es una artista imponente”, dice Fito consultado por Rolling Stone. “Es difícil de adjetivar porque es una rara avis, es una artista sin miedos, una mujer con visiones muy claras, es audaz, está permanentemente fuera del lugar común de la corrección política”. A Nathy ya la conocen todos.


Pero, ¿quién es Nathy Peluso? Una porteña que dice que Madrid le dio todo. Una joven artista de 26 años que habla como argentina y canta con modismos caribeños y centroamericanos, como si fuera todas las latinas en una y lo latino fuera unificable. “Yo soy la mulata, tengo la boca de plata”, canta en “Corashe”, el primer personaje que dio a conocer. El que le siguió, en 2018, fue el de la polémica. Con el EP La Sandunguera, se convirtió en una cubana llorona y en “Natikillah” se hizo unas trenzas afro y la piel más oscura. Apropiación cultural, blackface, racismo y acusaciones de plagio a Hurricane G, la rapera boricua de los 90, son algunas de las conversaciones que hay en las redes cada vez que saca una canción. Su cuerpo, sus decisiones estéticas, su vocabulario, su relación gozosa con la comida y el sexo, su control y autoexigencia, todos parecen flancos válidos para asomarse a su mundo. ¿Son personajes de ficción o es un exceso de inspiración performática? ¿Es respeto o marketing con la identidad de otros? ¿A los hombres se les exige lo mismo que a ella? ¿Qué es real en Nathy Peluso? La pasión con la que encara el escenario es proporcional al amor de sus fans y a las críticas que recibe. Ese carácter popular que encarna, entre el desborde de opulencia y la vulgaridad, la coloca en el filo, en el borde de muchos límites sociales. Parece estar a punto de ser cancelada y a punto de ser endiosada de manera constante y en simultáneo.


Baja con cara de cansada del loft que está alquilando por unos días en Recoleta. Cada vez viene por más tiempo a trabajar a Buenos Aires, aunque su contacto con Argentina parece haber estado suspendido durante su niñez y adolescencia. Habla como porteña, vosea, dice “viste”, alarga las eses y mete algún “boludo”. Son las once de la mañana de un domingo caluroso de febrero, tarda bastante pero baja. “Perdón, me quedé trabajando hasta muy tarde”, dice, y se vuelve a disculpar porque va a poner música desde su teléfono para relajarse. Está estresada por la agenda del día. En el viaje nos enteramos de la muerte del expresidente Carlos Menem, googlea su cara, como si no la tuviera presente, “qué barba más rara”, dice ante las clásicas patillas noventeras del riojano. Suena “Llorarás”, de uno de los máximos referentes de la salsa, el venezolano Oscar D’León. La playlist de música caribeña va a sonar por las siguientes ocho horas, no importa dónde esté o si hay otra música ambiente. Fuera del personaje, Nathy es Natalia Peluso. Tiene el pelo planchado y luce como una chica de barrio, nadie la reconoce. Como una boxeadora, va tomando agua mineral con una bombilla gruesa que parece una manguera, y hace burbujas dentro de la botella. La Session #36 con Bizarrap es un éxito mundial y su disco Calambre gana críticas positivas y escuchas de parte del público, pero ella no parece sorprendida. Habla con un discurso de seguridad como si todo lo que le pasara fuera el único resultado posible de su disciplina de trabajo.


“Mi carrera se viene fraguando desde que soy muy chiquita y fue algo premeditado”, dice en la camioneta que nos lleva al café de Núñez. Cada tanto pispea para afuera y pregunta dónde estamos y dice qué linda esta zona tan arbolada. Creció en Saavedra y, aunque afirma no tener muchos recuerdos, cuenta de su perseverancia para agarrar la sortija de la calesita y seguir dando vueltas, de la casa de pastas donde su mamá compraba los ravioles y los ñoquis de colores, de algunas cuadras que caminaban todos los días. En su casa había discos y más discos, sus padres escuchaban tangos, boleros, rock nacional, y música de todas partes del mundo. “Una vez hicimos un viaje a Brasil y flasheamos con la música, yo era chiquita pero me acuerdo. Caetano Veloso y João Gilberto fueron muy importantes para mí”. En 2004, cuando ella tenía 10 años, su papá, un psicólogo que nunca ejerció y que trabajaba en YPF, y su mamá decidieron emigrar a España con ella y su hermana seis años menor.

“Para conservar mi historia más íntima te lo voy a resumir”, y así adelanta que el control lo va a tener siempre ella, que todas las respuestas ya las tiene pensadas. “Fuimos probando suerte por distintas provincias de España hasta que yo me enraicé cultural y vitalmente cuando pude irme a Madrid, ahí hice mi carrera y empecé con mi proyecto seriamente, para mí esa es la ciudad que me dio la oportunidad”. Pero antes de eso estudió. Primero fue Comunicación Audiovisual en Murcia, una ciudad universitaria en el sureste de España. De esa época se puede ver en YouTube el video de su canción “Tu raíz”. Natalia está en un monte con unos compañeros de la facultad, uno con la guitarra acústica y otro que la acompaña con una percusión. Es una canción de reggae de su época de cantautora, cuando componía con guitarra y ahí se puede ver el germen de su forma de cantar, un tímido rapeo, unas partes en inglés, y lo teatral en su rostro de adolescente. Es Murcia pero podría ser Tilcara. Su look de falda larga y pelo natural hasta la cintura es el típico de jovencita que está en la facultad y podría ser la de Filosofía y Letras de la UBA, aunque no. “Ves, no fue de un día para el otro”, dice. El video es de 2014 y hay otros de esa época en su canal: ejercicios de canto, covers de Ella Fitzgerald, Patsy Cline, Ray Charles.

Se equivocó con esa carrera, y se fue a vivir a Madrid a estudiar Pedagogía de las Artes Visuales y la Danza en la Universidad Rey Juan Carlos, lo que ella llama “teatro físico”. Natalia pensaba que esa carrera le iba a permitir tener una vida artística con una buena salida laboral como docente, pero rápidamente todo cambió. Para pagarse los estudios, que no llegó a terminar porque se hizo conocida antes, trabajaba cantando en hoteles y restaurantes. “Sin saberlo ahí ya me estaba instruyendo a mí misma, mi presencia, mis dinámicas en el escenario. Fue muy sacrificado, eran muchas horas arriba de unos tacos, me hacían vestirme sexy, era muy incómodo. Ahí yo medio me curtí, y luego la carrera es fundamental porque ahí desarrollo mi máximo potencial individual”. Habla de lo orgánico, de la pureza artística, de su niña interior, y de cómo esa carrera fue crucial para proyectar la seguridad que ya tenía.


“Es de las pocas formaciones que tuve, siempre fui muy autodidacta”, y cuenta que nunca tomó clases de canto, aunque sí participó de un coro. “Yo soy mi propia maestra, me aprendo a mí misma, no hay nadie mejor, me doy cuenta de lo que me funciona. Hay muchos maestros en la vida, para mí el escenario es un maestro, hacer una gira de 200 shows me curtió más que cualquier clase”.


En Madrid, la ciudad del agite, como le dice ella, se juntó con una crew de raperos con quienes empezó a probar algunas cosas, un flow que había adquirido cuando escribía poesía instantánea con una máquina de escribir Olivetti en la calle y en el subte. Así se ganaba unos euros: la gente le daba una palabra y ella le vendía un poema que le surgía en el momento. “Con eso yo me di cuenta de que era super buena escribiendo en verso, y a mí siempre me había gustado el hip-hop pero nunca me había planteado ser rapera, para nada. Empecé a jugar con mis versos, a improvisar sobre bases bastante low-fi de Internet y me di cuenta de que era buena”. Eso la llevó a conectarse con algunos productores, a armar sus propias canciones, como “Trenzas bolivianas” o “Keomumu”, que están subidas en su canal de YouTube, y que son canciones muy independientes. “Las producía con palitos y ramitas, luego ya supe para dónde quería ir y me empezó a producir otra gente”.


La primera canción conocida fue “Esmeralda”, que tiene ese video pulpfictioano donde está rapeando en cámara lenta frente a un café y sostiene un paraguas que la ilumina desde adentro, en un callejón oscuro. Llamó la atención con su estilo de fraseo, su descaro en las letras, su spanglish, entonces siguió probando, jugando con nuevas canciones como “Sandía”, “Oreen Ishi” y “Alabame”, las recopiló todas y sacó su primer disco en 2017. “Flasheaba una rarísima, pero me encanta”, dice sobre esa primera Nathy Peluso, mientras mira los videos desde el teléfono en la entrevista para su primera tapa de Rolling Stone. “Ese fue como un salto al mainstream, muy chiquito, independiente, pero la gente me conoció, me levanté la remera, un revuelo, en esa época había un movimiento mucho más light en torno a la mujer, viste, parece que fue hace mucho pero no fue hace tanto, fue hace 5 años, ¿puede ser? 4 o 5 años”. A los meses sacó “Corashe”.

‘La imagen y el gran pop son indisociables”, dice el crítico musical Mark Fisher. Para él, los conceptos sin una representación sensual carecen de valor tanto en el pop como en el arte, y Nathy de alguna forma lo sabe y lo domina. Arriba del escenario Natalia Peluso se transforma en las mil caras que ella le crea a Nathy Peluso. El 28 de noviembre de 2018, se subía a su tercera fecha en Buenos Aires, tres miércoles seguidos de agotar entradas. En el Abasto las pibas venían con el glitter y la euforia de una marcha, pero iban a ver a su nueva estrella. Nathy pidió que taparan todo el acceso al escenario del patio para aparecer desde el medio sin ser vista, que la fantasía pop estallara ni bien saliera con su vestido amarillo. Nathy sabe del artificio del pop. Bailó y cantó como si no hubiera mañana. Una pierna la revoleó para allá y un brazo para arriba, el culo parecía en modo centrifugado del lavarropas. Las 2.350 pibas gritaban “te hace falta corashe” y levantaban el pañuelo verde que pedía por el aborto legal sobre la canción que se convirtió en un himno casual de la generación más joven de feministas. Nathy llora, como lo hizo en Niceto y en Groove durante la semana. “No tenía ni idea. Me tiraron el pañuelo verde y lo levanté. Y no me voy a olvidar nunca lo que sentí, fue un grito muy fuerte”, dice en el café de Núñez mientras con la yema de los dedos agarra los cubiertos de plástico para cortar el sándwich de palta sin palta. “Sí sabía de qué era, pero no era consciente de la data que tenía adentro, sabía que representaba algo pero no sabía el fenómeno que había atrás, de fuerza, la pasión que conllevaba”. Sin el movimiento Ni una menos que nació en Argentina en 2015 y con el aborto legalizado desde 2010, en España no había una marea verde como acá, el feminismo logró una masividad ese 2018 con las huelgas por el 8M y más vinculado al #MeToo.

Nathy no planifica, dice ser una catalizadora, una especie de comunicadora o mensajera de lo que su público está sintiendo. Que escribe y canta sobre los mismos temas que podría hablar con una amiga mientras toma mate en el living de su casa, y pareciera que las discusiones sociales no llegan del todo a su radar. Tampoco está tan al tanto de la música nueva o de los referentes que aparecen, dice que trabaja todo el día y no tiene tiempo ni para hacerse amigos nuevos ni para investigar mucho. No quiere perder la concentración, está enfocada en el trabajo, en dar el mejor show posible. Si su canción fue un himno de algo, no generó en ella una curiosidad sobre el tema. “No, no investigué sobre el feminismo, simplemente viví, lo disfruté. Nunca hice esa canción con ese objetivo… pero aprendí un montón hablando, me empapé de mi público, equivocándome, viendo lo que sentían las mujeres con mis letras, hablando con ellas, siguiendo sus discursos. No soy una persona que se instruya de una manera clásica, no soy una persona que le guste leer muchos libros, me instruyo a través de la vida, esa es mi manera, mi filosofía. Me gusta vivir y equivocarme y que alguien me corrija, y charlar, preguntar por qué, argumentar, escupir, y ahí aprendo”.


“¿Tenés miedo de equivocarte y que te cancelen?”, pregunto. Ella contesta rápido, con naturalidad: “¿Qué es que te cancelen?”. Su respuesta me toma por sorpresa e intento explicarle. Recuerdo una nota de 2019 en Futurock donde Noelia Custodio le pregunta algo sobre las personas no binaries y Nathy le pregunta qué es ser no binarie, a qué se refiere, con la misma naturalidad. Tartamudeo con los ejemplos y le cuento que es una nueva modalidad virtual donde los fans retiran su apoyo y les hacen un vacío digital a las personas que incurren en alguna acción que pueda ser leída como homo-transfóbica, racista, misógina, gordofóbica o clasista. “¿Y por qué me cancelarían a mí?”, me responde. El aire acondicionado está fuerte, pero siento el calor que genera explicarle algo así a alguien que jamás escuchó hablar de esto, como cuando hay que responder las preguntas sobre redes sociales de los padres. “Yo soy muy respetuosa, siento que si una se guía por su instinto y bajo sus principios, y si es respetuosa con lo que la rodea y no se va a la mierda…”, dice pero se queda pensando. Yo también. Sigue: “El triunfo es ejercer una carrera y recordar que somos humanos, que nos podemos equivocar. O sea realmente hay que entender que los artistas tenemos equivocaciones también, estamos aprendiendo. La gente es muy exigente. Siempre va a haber alguien que lo entienda. A mí eso de que me dejen de escuchar no me da miedo porque sé que no va a ocurrir, o sea porque sé que mis principios son puros y que no tengo maldad, sé que hago esto por amor y que es mi función en la vida. O sea, ojalá nunca pase, no me gustaría, me pondría muy triste”.


Hay una mención solapada a las críticas que recibe de manera constante por el lenguaje que utiliza en su música y las personificaciones estéticas en sus videos, lleno de modismos propios de Cuba, Puerto Rico, Estados Unidos, Venezuela, como una coctelera idiomática-identitaria, que muchas activistas reconocen como apropiación cultural, incluso algunas lo llaman racismo. “Ahora ya no me importa, porque me di cuenta de cuál es el discurso”, afirma sin dudar ante la pregunta sobre esos cuestionamientos. “Esos argumentos no tienen mucho sentido porque realmente soy latina y la apropiación cultural es algo que para mí es limitante en el arte, porque la cultura es algo que –siempre que se haga bajo el fundamento del respeto– me parece que hay que compartirla y hay que aprenderla, hay que gritarla, hay que hacerla conocer para que no quede solo bajo una frontera. La música es humana, es natural, convive y se aprende, se fusiona. Es una pena, pero son discursos limitantes”, dice en un speech que parece preparado para responder esa pregunta.


Sabe y reconoce haberse equivocado en el pasado, “por ignorancia o inocencia, pero ya rectifiqué y aprendí del discurso de mi público, así como aprendí del feminismo, aprendí también de eso y de dónde están los límites”. No lo menciona porque no quiere darle ruido, pero habla de cuando publicó el video de “Natikillah” en 2019 y usó las clásicas trenzas timini de la cultura afro. “Hago lo que hago porque me apasiona la música y ya está, no pretendo más nada, si alguien se ofende es porque quizás es malpensado. No me puedo hacer cargo de malpensar todas las posibilidades que puede haber en el mundo con lo que yo haga, porque si no no haría nada”.


Nathy dice que se trata de personajes que se le aparecen a la hora de componer las canciones, que es pura ficción, y que esas referencias, tanto en el lenguaje como estéticas, vienen de todos sus consumos culturales: las películas de Lynch, Tarantino y Almodóvar, las inflexiones en la voz de las cantantes de jazz, de salsa y tango, del fashion y la moda, de todos los acentos de sus amigos inmigrantes en España. La coctelera de links que conforman a Natalia y que la ayudan a componer a sus múltiples Nathys.


En 2004, el año en el que los Peluso se fueron del país, según el Instituto Nacional de Estadística de España, hubo 130.000 personas que emigraron desde Argentina, un número en crecimiento desde la crisis de 2001. La cifra asciende a 1.219.000 de personas si se tienen en cuenta los migrantes de Latinoamérica y el Caribe. Como una familia de clase media trabajadora, los espacios de socialización estaban llenos de latinos. “Cuando fuimos acabé en un lugar donde había muchos inmigrantes, casi más que españoles, porque fue una época en la que hubo una marea de inmigración de peruanos, ecuatorianos, colombianos, boricuas y argentinos”.


La joven Natalia aprendió a bailar salsa con un noviecito colombiano que tenía de piba. Los latinos convivían con la gran masa de inmigrantes rumanos que pueblan España, y en ese ambiente creció desde los 10 años cuando con su familia decidieron probar suerte en el viejo continente. “Todo eso me re influyó, fui a la escuela con todos latinos, casi ningún español, y todo eso convive en mí como una belleza que yo amo, que me pertenece, que es mi vida, son mis recuerdos y mi cultura”. El exilio, en un punto, exacerba una idea de latinoamericanismo Uno de los elementos más importantes para ella es la salsa y Cuba, aunque nunca fue a la isla, pero sí la estudió con pasión en sus años de carrera universitaria, con la profesora Alicia Alonso, bailarina cubana internacional, los compañeros cubanos del coro, las maestras que tuvo en la escuela. “Y también tuve a mis hombres cubanos, mis amoríos”, dice.

Ni bien apoyó un pie en el set para la tapa de Rolling Stone, Nathy cambió totalmente. La salsa seguía sonando pero esta vez desde un parlante y ella evaluaba todas las propuestas de vestuario, maquillaje, y peinado con estricto criterio. “Esto es demasiado femenino”, descartaba. “Esto puede ser”, y se lo probaba. No quería que la vieran, quería decidir sola, sin interrupciones. Ya frente a la cámara de Inés Auquer, el dominio sobre su cuerpo y su estética era total. Le pidió a alguien que sostuviera un espejo bien cerca de la lente así podía hacerse una idea de lo que la fotógrafa estaba viendo. Se doblaba como una pitonisa en una calza amarilla y sus curvas brillaban como su boca. Una semana después, y por videollamada desde Miami –aunque ella no prendió la cámara porque estaba recién levantada después de una noche de fiesta en lo de Christina Aguilera–, se explica: “Es que soy capricornio”. No da excusas, se reconoce como una hinchapelotas del control. “Forma parte de mi creación, ¿quién mejor que yo sabe lo que yo quiero dar? ¿y quién mejor que yo sabe cómo quiero darlo? La que mejor lo conoce soy yo, entonces no quiero que se quede a medias, quiero que sea hasta el final, sacar el mejor partido de la situación, y eso solo va a ocurrir si yo estoy liderando”.


Se pliega y se retuerce, mantiene la pose, los músculos apretados, se mira al espejo, mira a la cámara, Inés dispara. “Nathy sabe exactamente lo que quiere, pero también confía, y cuando confía se abre a la propuesta. Sabe lo que no quiere, lo que no va, al toque”, dice Diego Fraile, su peinador, su amigo, a quien busca en la sesión de fotos para preguntarle qué piensa, para cuchichear, para reírse. Frente a la cámara se convierte en una mujer-animal sensual, hipnotizante, una gacela o una serpiente, que genera miedo y atracción en partes iguales. Todos la miran y ella se concentra, busca sus curvas, saca sus piernas, la boca a la cámara.


“Claro, yo tengo una percepción de mi cuerpo que quizás no es la misma con la que me ven los demás”, dice por Zoom, y suena como una chica cualquiera con sus complejos de piernas demasiado grandes para los estándares de delgadez. “Cuando crecí, y gracias a toda esa búsqueda interna que hago, me di cuenta de que era algo super sexy, pero porque una tiene que girar la tortilla a su favor mami, o sea si hay algo que nos incomoda tenemos que darnos cuenta de que la única manera de vencer a eso es enfrentarse como si eso fuera nuestro amigo. Entonces, ¡mirá esta pierna mamá!”, grita en el primer momento de relajación de la entrevista. Del cuerpo y el empoderamiento sí le gusta hablar.


En esta especie de personaje más urbano que interpreta ahora, hay algo que Nathy Peluso no deja de lado. Un carácter excesivo, popular y gozoso. Como si fuera una neo Coca Sarli que los domingos te prepara unos fideos a la bolognesa, se ríe a carcajadas que retumban por el PH porteño, se repliega en una sonrisita picarona, te baila en bombacha sobre el parqué y te deja lista para la siesta. “Es que es eso, la cremosidad del queso”, dice y afirma la analogía. “Puede parecer algo de mal gusto hablar de eso, o de sexo explícitamente, hablar del placer, de cosas que está mal visto hablar, pero yo creo que pasadas por la elegancia, por el descaro también… ¡alguien tiene que decir esto, porque si no vivimos muy preocupados! Ya te digo, no lo hago conscientemente, es mi manera de ser, es como vivo la vida”.


Su comportamiento es como el de una amiga: quiere desabrocharse el primer botón del pantalón después de comer, hablar con sinceridad del sexo y el amor, comer un chocolate, dejar de fingir públicamente que la vida íntima de las mujeres es pura contención, “eso sí que no es real, es como tener un corset de imposiciones que no te dejan disfrutar”.


Y eso lo sufre. Que sus dientes son chuecos, que su nariz no es pequeña, que vaya a un cirujano, que su culo es muy grande, que no diga eso, que no haga aquello. Desde un tiempo a esta parte forzó una característica más, un ojo más claro que el otro. “Me pasa cuando me da el disgusto”, dice y deja que la fantasía corra.


“La realidad de la milanesa es que no les gusta que las mujeres tengamos una voz propia y seamos vanguardistas y propongamos puntos de fuga sociales y tengamos una voz con carácter que dice cosas serias y que les mueve el piso, porque eso se supone que lo hacen lo hombres, y si lo hace una mujer provoca desconfianza… ¡No! ¡Hay que callarla! ¡No! ¡Que no hable!”, y rápidamente se calla. Le da mucha bronca hablar sobre eso, sobre las imposiciones que siente desde las redes sociales y desde el mercado. Respira, cuenta hasta diez, y dice: “¿Sabés qué pasa? Yo tampoco lo hago como un deber, simplemente es mi insistencia, lo hago porque no sé hacer otra cosa, entonces me la banco. Me la banco porque esto es mi pasión, entonces no hay nada que me vaya a frenar, nada, absolutamente nada, solo que me lleven en contra de mi voluntad”.


Esa decisión no es solo estética, Nathy tiene completo dominio sobre su universo creativo-musical. En Internet, por ejemplo, se puede ver a Bizarrap charlar con el streamer Coscu sobre la creación de la Session #36. El productor más importante del trap local le muestra el mensaje de audio que recibió de ella como respuesta al beat que le había mandado días antes. Nathy, en un minuto, improvisó una melodía que es exacta a la que quedó. Se los ve a los dos flashear con lo preciso y rápido de su creación, una construcción que puede demorar mucho tiempo, ella lo hizo en un mensaje de voz por WhatsApp. Consultado por esto, Bizarrap dice que entre los dos hicieron “una combinación épica”. La canción se convirtió en el segundo gran hit de la carrera de ambos, con frases repetidas como figuritas por toda Internet, como: “Qué buena vista tenés cuando me ponés a cuatro patas”, “Pa’ decir la verdad no necesito estar borracha/ Tu honestidad barata no me baja la bombacha” o “Que te guste es normal/ Me buscaste, lo vi en tu historial”.

Para Bizarrap, que el ritmo haya sido un boombap y que no tenga el clásico hi-hat del trap fue clave desde lo musical para que resalte, que suene como un hip-hop de los 2000. “El comentario con más likes de la canción dice ‘me sentí una mujer empoderada y soy hombre’, yo creo que todas las mujeres que escucharon ese tema se sintieron identificadas y es un tema para dedicar y bailar a la vez”, dice el productor. El dato más interesante es que ese segundo estribillo que está al final, donde dice “I’m a nasty girl, fantastic”, no estaba incluido en el tema. “Entró por la ventana y terminó siendo lo que hizo que la canción sea un hit mundial, lo que la gente más canta y repite”.


El hit fue tan grande que propulsó a Nathy en los charts globales y despertó el interés por su disco recién salido, Calambre. El primer larga duración que grabó con Sony Music y la convirtió en una de sus grandes apuestas internacionales. Grabado entre Miami, Los Ángeles, Buenos Aires, Madrid y Barcelona, entre géneros como el hip-hop, la salsa, el jazz y la cumbia, el disco tiene un poquito para cada público, un salpicadito de todo lo que puede hacer ella con su voz y con su flow. Compuestas todas por ella, contó con la producción del trece veces ganador de Grammy, Rafa Arcaute, productor también de Lali, Illya Kuryaki & The Valderramas, Calle 13, Aterciopelados, Diego Torres, Babasónicos, Andrés Calamaro y Luis Alberto Spinetta. La proyección al mercado anglosajón parece impostergable, sobre todo cuando los charts son cada vez más poblados de artistas latinos y porque ella ya llamó la atención de músicos como Nicky Jam, quien dijo públicamente que quería trabajar con Nathy, o Cardi B, que se considera fan y sube videos cantando sus canciones. “Me gustaría, tipo, hacerme muy conocida en Estados Unidos”, dice con su acento y modismos porteños. Los featurings parecen el paso inevitable y esa foto en su Instagram con J Balvin se lee como una promesa. Ante la pregunta, insistente, no quiere contar nada de sus próximos pasos, porque no quiere develar la sorpresa, no confía o por cábala para que salga.


Nathy arma cada canción como una pieza de ajedrez de su carrera musical: quiere hacer una de cada estilo, fundar su marca, que la gente la reconozca en cada una de sus propuestas para después poder hacer colaboraciones y divertirse más, cuando su público ya conozca su personalidad. Después de componer la melodía, se las lleva a sus “manos derechas musicales”, como llama a sus productores, para que le den forma. Quisiera saber tocar todos los instrumentos, pero se da maña con la guitarra y el piano, aunque su instrumento es la voz. Se graba notas en el celular cantando las melodías y trabaja mucho sobre la improvisación, después les dedica días a las letras, a ajustar las métricas.


Cuando la canción va hacia algún ritmo en particular, es ahí cuando arma “el altar musical” para cada una de ellas, como dice. Eso quiere decir que busca pequeños lujos para sus canciones, que llama a representantes de cada género, a los mejores músicos de sus culturas para que la ayuden en el armado del tema. “Puro veneno”, la salsa del disco, está grabada en Puerto Rico y arreglada por el legendario Ramón Sánchez. “Buenos Aires”, por una selección de músicos que acompañaron a Spinetta como Javier Malosetti, Guillermo Arrom y Sergio Verdinelli. “Lo hago con mucho respeto, para mí la música es el bien más preciado entonces la quiero cuidar, también la quiero acercar, entonces es la balanza de crear y también rodearse de gente de la que aprender de eso”.


En la presentación de los Premios Goya 2021, Nathy cantó “La violetera” de Sara Montiel junto a la Orquesta Sinfónica de Málaga, un cuplé muy famoso español que la estrella de cine eternizó en 1958. Nathy, envuelta en un vestido de raso con apliques de gardenias, hizo una reversión de esta balada que dejó atónito al público español. Su versatilidad es su marca. Se inspira, reversiona, toma de otras artistas los elementos que necesita para hacer su performance.


No hay que navegar demasiado Internet para llegar a las acusaciones de plagio. Hurricane G, una rapera boricua de los noventa, es el caso más notorio. Su canción “El barrio” suena muy cercano a “La Sandunguera”. No tanto por la canción en sí, sino por la inflexión en su voz, el fraseo y las acentuaciones que Nathy usó en ese segundo personaje que dio a conocer. El personaje y la identidad sonora son tan cercanos que se confunden. En la edición española de la revista Vanity Fair, en 2018, ella dijo: “Lo cierto es que cuando empecé a rapear hace dos años Dano, otro artista argentino que es como mi hermano, me dijo qué le recordaba y me puso una canción suya. (...), dio la casualidad de que nuestros timbres coincidían. Reconozco que el salero también es parecido, pero si fuera una inspiración no tendría ningún problema en admitirlo. Soy consciente del talento que tengo y no me hace falta copiar a nadie. Puedo reinventarme continuamente sin tener que imitar a otros”.


En 2021, desde Miami, al consultarle sobre esto, cambia el tono de voz. La incomodidad reaparece, y me dice: “¿En serio me hacés esta pregunta?”, y le habla a alguien más que está en la habitación y no puedo ver porque tiene la cámara apagada. “Me están preguntando por lo del plagio de Hurricane G, no era para nada necesario esto, no me gusta nada”, le dice a quien la acompaña. Se enoja, y me hace dudar. ¿Está mal que le pregunte sobre esto? ¿Les pregunto a los raperos o traperos argentinos si lo copian a Tupac o a cualquier otro referente del hip-hop de Estados Unidos de las décadas anteriores? ¿En las redes los acusan de plagio como lo hacen con ella? Hay un componente machista, seguro, y tal vez porque ella sea mujer y se diga feminista la presión sea mayor. Lo que es cierto es que al escuchar esa canción de la rapera boricua es imposible no escucharla a Nathy Peluso y, si ella lo sabe, ¿no es invisibilizar a otra música? Es la primera vez en las entrevistas que compartimos que la escucho hablar sin el tono casete de haber pensado todas las respuestas previamente. “Lo único que tengo para decirte de eso es que yo les tengo mucho respeto a todas mis compañeras y nunca le faltaría el respeto a ninguna, y para nada es real todo lo que la gente dice de mí, no me conocen”.


Le digo que está bien, que es algo que le tengo que preguntar y que ella puede elegir no responder o cómo contestarlo. La noto molesta, aunque baja el tono. Me dice que le apena, que le baja el nivel a la entrevista que había sido tan buena. Que es la tapa de Rolling Stone. Antes de cortar le pregunto si quiere decir algo más. Me dice que no, que hablamos de todo.


Siempre al borde, Nathy recibe críticas de manera constante por esto y por los personajes que crea, interpretando culturas que no le son propias. Si bien demostró con su versatilidad –y, sobre todo, en la pasión de su escenario– que es una artista de un amplio rango, su estilo parece ser siempre leído como una provocación. La figura de Nathy Peluso es pura contradicción e incomodidad, es una piba donde el impulso y lo espontáneo pareciera que la rigen, y al mismo tiempo tiene todo pensado y bajo control. Es una estrella sudamericana criada en Europa, de 26 años, a punto de pegarla en el mercado mundial. Todo puede pasar. El artificio del pop y el espectáculo están en juego, ¿por qué tiene que ser real una fantasía?






12 de enero de 2021

Nuevo libro: Brilla la luz para ellas, Una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020

 



Romina Zanellato se propone narrar por primera vez en forma integral la participación de las mujeres en el rock argentino. ¿Quiénes fueron las pioneras? ¿Cuál fue la tradición rockera femenina que se fue gestando desde los años 60 hasta nuestros días? ¿Por qué la historia casi no las registra?

Esta también es la historia de lo que no fue. A las mujeres les llevó décadas poder subirse a un escenario, conseguir atención y respeto de la prensa especializada, convencer a los productores (varones) para que las grabaran, esquivar los botellazos de parte del público y, finalmente, tener su lugar en la historia del rock.




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Editado por Marea. Disponible en librerías y en la web de la editorial.

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Reseñas y entrevistas:

Página/12, Infobae, Vorterix, Mega, Rock.com.ar, Mega #LibrosConRock

21 de septiembre de 2020

Rolling Stone: La historia detrás de 'Celeste y la Generación', el disco más radical de Celeste Carballo

 Romina Zanellato

14 de septiembre de 2020  • 09:21



Había publicado dos discos antes, Me vuelvo cada día más loca (1982) y Mi voz renacerá (1983), con tanto éxito que el primero fue disco de oro incluso antes de llegar a las disquerías. El medio, el público y el mundillo musical estaban enloquecidos con esta chica de voz privilegiada, guitarra al cuello, de ojos celestes y rulos al viento, que cantaba blues en todos los escenarios que la convocaban. Nadie se imaginaba lo que iba a pasar después de su gira por España en 1984: Celeste Carballo iba a convertirse en punk. Dos meses fueron suficiente. Hizo base en Madrid con una banda propia y giró por el país ibérico: tocó en el estadio de Real Madrid, en discotecas en Valencia y Pamplona, festivales, iba de aquí para allá con sus amigas, hasta que, en el Blaugrana de Barcelona, teloneó a Bob Dylan y Santana. Ahí empezó todo. Charly García la fue a ver ese día y le dijo: "Loca, a vos no te pueden hacer esto, tipo salir de un recital y no tener un taxi o bajar del escenario y que nadie te diga que estuviste bien o que no haya un ramo de rosas en tu cuarto". Entonces le propuso irse, desaparecer por tres días.El libro Corazones en llamas, de Laura Ramos y Cynthia Lejbowicz, que registra historias del rock argentino en los 80, detalla que esos tres días se convirtieron en veinte. "No me acuerdo bien a quién estaba grabando Charly, pero después del show con Dylan nos fuimos a Ibiza y nos quedamos ahí", cuenta Celeste a Rolling Stone. Charly estaba en España porque iba a grabar a G.I.T., la banda de Pablo Guyot, Willy Iturri y Alfredo Toth. La mayoría de las letras y la música de La Generación las escribió Celeste entre las fiestas con sus amigas en Madrid y las tres semanas en la playa con Charly.

Volvió a Buenos Aires cambiada. "A mí me dio una adolescencia tardía a los 28, casi 30 años", decía Celeste en febrero pasado, cuando aún la pandemia dejaba tomar un café, en el bar ubicado en Chile y Defensa, San Telmo, justo frente a la que fue su casa por más de dos décadas. En la reunión familiar de bienvenida, un típico asado con sus ocho hermanos mayores y sus hijos, se encerró en el baño y se cortó el pelo a lo punk. Con dos de sus sobrinas, apenas más chicas que ella, agarraron las tijeras y "tra tra tra, nos cortamos". Su melena castaña de rulos desapareció: se rapó de un costado, se sacó una ceja y apenas se dejó unos mechones largos del otro. Asimétrica y punk, apareció de vuelta en el almuerzo. Con toda la revolución adolescente que tenía encima, Celeste se trajo discos punk-pop españoles como el de Parálisis Permanente. Pero fueron sus amigas Roxana Curras -ex guitarrista de Trixy y Los Maniáticos- y Ayelén Guezamburu -que traía de sus viajes por Estados Unidos joyas que no se conseguían en las disquerías-, las que la metieron de lleno en el género. La influencia más importante fue un álbum de 1978 que combinaba punk-rock y new wave: Germfree Adolescents de X-Ray Spex, la banda londinense liderada por la legendaria Poly Styrene. "Con Celeste lo escuchábamos todo el día", dice Curras, y Celeste lo confirma: "Cuando escuché X-Ray Spex me quemó el bocho mal, Poly Styrene me encantó. Sí, ya venía escuchando las bandas españolas, también a The Clash, pero nosotras íbamos más por X-Ray Spex, por eso La Generación tiene saxo, el Gonzo Palacios".


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Roxana vivía en La Plata y estaba muy metida en la escena. Iba a ver a la banda punk local Los Baraja, y la llevaba a Celeste, que tenía hambre de velocidad y tres acordes. "Celeste volvió bastante cambiada de su gira por España, parecía tener la necesidad de abrir otros caminos fuera del pop, blues y folk. Algunos amigos la acompañamos en ese cambio, sobre todo con discos, libros o revistas que mostraban ese mundo de punk-rock", dice Roxana, que dejó a Los Maniáticos y la música después de un paso corto pero intenso, y que aún se puede ver en YouTube en un show en el programa Feliz domingo. Como estaba tanto tiempo en La Plata, Celeste decidió armar su banda allá, con músicos nuevos. Pusieron un clasificado en el diario El Día y de a poco fueron apareciendo. Pero antes de encontrar a los músicos que la acompañarían, Celeste decidió grabar un demo del disco con Gustavo Donés. "Él fue quien hizo el mítico arreglo de 'Sabemos que vuelvo pronto', la parte que todo el mundo canta tararará. Lo hizo él en su estudio Del Jardín". Con el demo terminado, Roxana le dice a Celeste: "¿Por qué no llamás a Charly a que venga a escucharlo?".

Lo hizo, y se apareció en taxi una madrugada por la casa de Chile y Defensa. Ella lo imita: "Celestita, ¿qué pasó, qué querés que escuche?", con el gesto acelerado del García de los 80. En esa época andaban siempre juntos. A Charly le encantó, pero no sabía cómo haría para tocarlo en vivo. Todavía no tenía banda, pero ya tenía una fecha: Celeste iba a estrenar esas canciones punk en Shams, el elegante pub de Belgrano. Tenía cuatro meses para armar una banda y ensayar todos los temas. "Hice cosas que no haría nunca más", cuenta. Los músicos fueron apareciendo. Marcelo Montolivo, el guitarrista de Los Baraja, fue el primero. "Él era una biblioteca andante del punk, me armaba casetes con bandas que solo conocía él", cuenta Eduardo Criscuolo, el otro guitarrista que se sumó al proyecto. Criscuolo venía de otro tipo de música, tocaba con el sobrino de Celeste, Lito Epumer, y había trabajado en los arreglos de su segundo disco Mi voz renacerá. El único que no llegó por el aviso en el diario. "Fue muy bueno que él entrara porque le ponía toda la información armónica. Criscuolo era el que deformaba los acordes y les daba algo muy interesante a las canciones", dijo Celeste. Su sobrina, Erika Carballo, le presentó al bajista Manolo Lorón, y después aparecieron Gonzo Palacios en saxo y Claudio Cabral en batería para terminar de completar La Generación, que al principio se llamó La Generación Fusilada.

Empezaron a ensayar varios días por semana, pero tocaban fuertísimo, así que duraban un ensayo por sala. "Salía con el Twin Reverb en una mano y la Telecaster en la otra a buscar sala. Fue el único disco donde no toqué la guitarra, pero presté mis equipos", cuenta Celeste. Cada sala adonde iban los echaban. "Lo teníamos muy ensayado", dice Criscuolo, "y lo tocamos mucho antes de grabarlo. La banda quedó muy armada, muy sólida". El 21 de septiembre de 1985 tocaron esas canciones del demo por primera vez en Shams y Charly García fue a escucharlos. Quedó sorprendido y entusiasmado. "Vino al camarín a decirnos 'Celestita, lo armaste muy bien en vivo'. Porque después de haber escuchado el demo creyó que era difícil tocarlo, entonces me decía '¡Esto está para grabarlo ya!'", cuenta Celeste.

Como la discográfica Interdisc -con la que, junto a la productora de Daniel Grinbank, había sacado sus dos primeros discos- había quebrado poco antes, Charly fue a convencer a Pelo Aprile de que invirtiera en la grabación del disco. A la semana tenían fecha en los estudios Panda en solo cuatro días. Mario Breuer, como ingeniero, microfoneó los equipos y grabó toda la música en una toma como si fuera un disco en vivo, sin registrar ningún instrumento por línea. "El disco se grabó con mucha sangre, fue muy punk y muy rápido", cuenta Criscuolo, que en su extensa carrera nunca más volvió al punk.

Por entonces, Breuer y García eran una dupla ingeniero-productor más que aceitada. Habían hecho el primero de Fabiana Cantilo, DetectivesLluvia de gallinas de Suéter y el de Charly y Pedro Aznar, Tango, entre otros. Breuer, desde su casa en Córdoba, recuerda las sesiones vertiginosas: "Charly se metía en el sonido y yo en la producción, éramos un equipo, teníamos la pauta y la idea de que, como este era un disco de punk, había que grabarlo como se graba un disco de punk, a la tabla". En un día, quedaron todas las bases. Criscuolo cuenta que le prestaron la Gibson Flying V de David Lebón para el disco. "La tuve que tocar parado, todos juntos parados tocamos todas las canciones en uno o dos días de trabajo".

Para "Autosuficiencia", el cover de la banda española Parálisis Permanente, a Charly se le ocurrió sumar unos maullidos de gato al principio de la canción, antes de que entrara la voz de Celeste. Así que llevó al estudio un siamés de una amiga y microfonearon toda la sala. "Alguien tenía un gato que maullaba mucho, pero ni bien entró al estudio se quedó en silencio en un muy mal momento, hasta que conseguimos unos maullidos locos que después usamos", cuenta Breuer. Para Celeste todo tenía sentido: "Es que Charly es gato en el horóscopo chino y nadie es más autosuficiente que un gato".


En medio de la grabación, Charly llamó a Hilda Lizarazu, en ese momento reconocida por su rol de fotógrafa en las revistas Humor El Porteño, para que fuera al estudio a retratar las sesiones. "Lo primero que hice fue sacarles fotos a los chicos de la banda", relata Hilda. Esos retratos en un pasillo son los que están en la contratapa del vinilo. Charly les prestó ropa. "Yo salgo con un saco gris de una tela rarísima que me dio él", dice Criscuolo. Después, Hilda se metió en la cabina donde Celeste estaba grabando las voces. "Tuve el placer, la osadía y confianza de entrar mientras ella cantaba y captar el retrato con un 'flashazo' de frente mientras se prendía un pucho con el anterior".

Después, su amigo y diseñador Alfi Balda "solarizó" la foto, un efecto como cuando el sol dañaba los negativos de las películas, y le puso los colores amarillo y rojo, "al mejor estilo Man Ray", dice Hilda. "Quedó una gran tapa, modestia aparte". Con un vestido corto rojo al cuerpo, el pelo cortado asimétrico, varios cinturones de tachas, los ojos delineados de negro, Celeste y La Generación estrena en el programa de Alberto Badía, Badía & Cía., la canción que abre el disco: "¿Seré judía?". Rápida y pegadiza, se transformó en un tema de culto. "Me están persiguiendo los nazis/ ¿Qué pasa? ¿Seré judía?/ Me están persiguiendo los yanquis/ ¿Qué pasa? ¿Seré latina? / Inglaterra me mira de lado/ ¡Socorro! ¿Seré argentina?". No fue el corte de difusión, pero es la canción que con los años se valoró más. "La escribí acá, en la terraza de casa", dice y señala el techo del edificio que se ve desde la ventana del bar. Tenía una disputa con la vecina de abajo que la perseguía por tocar el piano, por hacer ruido, y no paraba de hablar mal de ella con el kiosquero y la gente del barrio. "¡Yo no estaba haciendo nada raro ni distinto de lo que había hecho antes! Simplemente tenía el pelo cortado y salía con un tapado de astracán de mi abuela, porque en verano hay que taparse en vez de exponerse al sol. Entonces me decían 'está re loca', y no, no estoy re loca. Pero, bueno, estaba en mi etapa adolescente".

Mientras lo recuerda se enoja de nuevo. Entonces, contenía la bronca hacía unos meses, y no solo con la vecina. Cuando estaba en España un hombre del círculo de sus amigas le dijo "sudaca" y ella se enojó muchísimo. Justo en el aeropuerto se había comprado Las uvas y el viento, el poemario que publicó Pablo Neruda después de haber sido expulsado de Chile y viajado por Europa como exiliado. "Leía muchísimo, a Alfonsina Storni, a José Pedroni, y encontrarme con ese libro de Neruda, que me dijeran sudaca, fue un tema, ahí me cayó la ficha, ahí entendí qué era ser latinoamericana", relata. Su canción "Poetas de Latinoamérica" fue el corte difusión de Celeste y La Generación, y años después lo reversionaría en Celesteacústica.

Lanzada al universo punk, la escena que tenía pocos años de vida a mediados de los 80 la recibió bien, pero con reservas. El público cambió totalmente. "Solo tuve público nuevo, chicos y chicas o adolescentes", cuenta Celeste. El impacto fue muy fuerte y mucho de su público anterior quedó en el camino. Roxana Curras, su amiga que fue a todos los ensayos y recitales, recuerda cómo al principio los seguidores se mezclaban y que después algunos no pasaron el filtro. "Se asustaron, pero es que no existía nada parecido a nivel popular, solo había un par de bandas punks. Y los pocos punks que había, que eran muy radicales, la recibieron bien, pero con dudas porque era 'muy profesional' para ellos". Los shows se llenaban de jóvenes, pero también de músicos.

Celeste dice que Pappo iba cada dos por tres y se sumaba como tercera guitarra. Eduardo Criscuolo cuenta que le prestó los equipos en varios shows. "Llamaba la atención el disco, ella tenía una gran presencia en el escenario. No creo que haya sido vista como una aprovechadora, la gente vio que se la jugó. Hacer punk era poco conveniente, tal vez le convenía ser más rockera, con letras duras; pero Celeste se la jugó y eso la gente lo apreció mucho". El disco fue un antes y un después en su carrera. Ya sin discográfica, Celeste abrió su propia oficina, la Cece Producciones, ubicada en Sarmiento y Callao, que varios años después se convirtió además en su sello Cece Digital. De manera independiente Cece organizó la presentación del disco en el estadio Obras Sanitarias el 23 de agosto de 1986. "Fue alucinante, tuvimos el apoyo de Canal 9, que nos dio una gran difusión y nos permitió grabar los videos del disco. Gratis, nunca me cobraron, y lo hicieron porque en ese momento la televisión respetaba a los artistas, ahora no tiene corazón, no tiene nada".

Con un Obras lleno de chicos y chicas punks que por primera vez iban a escuchar a Celeste Carballo, la que tres años antes se había coronado como el futuro del rock melódico con dos estadios repletos, esta vez salió a escena toda vestida de negro, envuelta en cinturones de tachas, lista para ir a la batalla de la rabia y la velocidad. La banda ya estaba tocando hacía un año y medio y sonaba muy ajustada. Arriba del escenario, la acompañaban sus dos sobrinas: Florencia Bernaudo -que después cantó con Los Twist- como corista y bailarina, y Erika Carballo, que solo fumaba. "Sí, con cara de orto, fumaba de costado arriba de la tarima. Todas peinadas así, batido hacia el costado, de negro", cuenta Celeste. Erika era parte de la escenografía y la desobediencia punk. La relación con su público, en su mayoría mujeres, era muy fuerte en esa época. Había un grupo de fans que se instalaba en la puerta de la casa, y en los shows le gritaban "Nosotros somos la Cece", como si fueran un club. Incluso le prestaron sus instalaciones para la preparación del show en Obras. Es que a La Generación la habían echado de todas las salas de la ciudad y no tenía dónde ensayar. La Cece, el club de fans, tenía una casa que había tomado por la zona de Chacarita, que estaba medio vacía. "Yo iba siempre por ahí a tomar unas cervezas, a comer unas pizzas con ellos", y fue ahí cuando vio que uno de los cuartos estaba vacío."Listo, chau, es la sala de ensayo, y nos fuimos a ensayar ahí porque nos echaban de todos lados".

Celeste dice que el transcurso de La Generación fue corto, sólo dos años, intensos y con muchos shows, porque el público no los apoyó como esperaba, a pesar de haber llenado Obras. "Si nos hubieran acompañado en festivales lo hubiésemos sostenido y hubiese crecido ese público. Pero no sucedió". Para Roxana, que la acompañó en los ensayos y en las fechas, el disco fue un quiebre total en la carrera de Celeste. "Los que no le perdonaron el cambio fueron los que manejaban la industria de la música. Querían a la chica bucólica o blusera que tanto éxito había tenido en los primeros dos discos", dice su amiga. Juntas compusieron una de las canciones del disco, "Buscábamos vida". "Compuse la música cuando era muy chica, creo que tenía 15 o 16 años", dice Curras. Mucho tiempo después le mostró la canción a Celeste, que le puso la letra y le agrego partes de melodía. "En principio fue una canción más jazzera con mil acordes, ella y La Generación la adaptaron al álbum". Es la más pop y romántica del disco, con la voz al frente y una batería dura que marca el ritmo. "Es nuestra canción preferida con Charly, por eso la cantamos los dos solos en Celesteacústica después", cuenta Celeste.

El disco, que ella misma señala en varias entrevistas como su preferido, es también el más destacado de su carrera para muchos melómanos. "Un disco notable, me siento orgulloso de haber trabajado en él", dice Mario Breuer, ingeniero de sonido de, entre otros discos, Llegando los monos de Sumo, Del 63 de Fito Páez, Un paso más en la batalla de V8, Bailando en una pata de La Renga y Spinetta y los Socios del Desierto. "Tiene un punkismo muy fuerte y los temas son tremendos. Es su disco más importante, el más artístico. Está lleno de buenas letras e intenciones". Para el sonido del disco fue indispensable el punk que le imprimió el guitarrista Marcelo Montolivo (quien tiene un pedido de captura internacional de Interpol por haberse fugado de una condena de ocho años de prisión por abuso sexual a su hijastra). Su presencia se nota aún más en los últimos dos temas, "Trabas emocionales" y "Por una bala menos".

El punk vuelve a cobrar importancia vital en las guitarras, los riffs y la velocidad de las canciones, en sintonía con las dos letras que compuso Celeste en Ibiza. "Trabas emocionales" tiene la rebeldía del género, pero desde una mirada de una adulta de 30 años. "Todo es muy hardcore en esas canciones -cuenta Celeste-. Empieza con un 'Encerrada en un pensamiento'. Es que la juventud vieja me molesta". Los adolescentes pacatos, que se mueren de aburrimiento y actúan como si fueran señores burgueses, esos le molestan. "En esa época leía mucho a Hermann Hesse. El lobo estepario fue mi libro de cabecera desde los 15 años. Ahí él hablaba del confort de no salirse del rebaño. Y los jóvenes cada vez se meten más, son jóvenes-viejos". Celeste, que desde ese momento de postdictadura rompía con los mandatos de cómo debía lucir y actuar una mujer, que estaba en contra de las actitudes pacatas y conservadoras, escribió "Por una bala menos", una canción que parecía que hablaba del período que acaba de terminar después de la guerra de Malvinas. Sin embargo, escribió el tema en Madrid, pensando más bien en algunas amigas vinculadas con movimientos pacifistas contra las armas y las intervenciones en otros países. "Además, la canción tiene que ver con Boy George, porque en ese momento él la estaba rompiendo en el mundo con sus temas, que eran como de pop liviano, pero yo leí la tercera línea de sus canciones -aclara-. Es como si fuera un tema suyo, no era un homenaje, pero era inevitable porque todos estábamos enamorados de él".

Después de Celeste y La Generación, su carrera musical dio un nuevo vuelco y comenzó el dúo con Sandra Mihanovich, Sandra y Celeste, que en 1988 sacó Somos mucho más que dos y después Mujer contra mujer. "No es que haya pasado algo en el medio, cuando terminé de grabar este disco ya estaba Sandra viviendo acá, de hecho ella nos ayudó con la producción del Obras del 86". Para Celeste su carrera no se divide en etapas, es solo un devenir fluido de su curiosidad de música y su búsqueda personal. Al igual de lo que ocurre con sus primeros dos discos, Celeste Carballo no tiene los derechos de Celeste y La Generación.

En un arranque de entusiasmo en algún momento del año pasado empezó a planificar la regrabación del álbum. "Quiero recuperarlo, porque esos discos están enajenados", dice. Por eso mismo en 2019 sacó Chocolate Inglés Rock, una recreación en vivo de su disco de 1993, y en 2016 hizo lo propio con Se vuelve cada día más loca. por amor al blues, una grabación en directo de su exitoso disco debut de 1982. En Spotify todavía falta Mi voz renacerá, y sí está Celeste y La Generación, pero ella no tiene los derechos sobre esas reproducciones. "Pensé en armar una nueva Generación porque mucha gente lo quiere escuchar. Estaría bueno, pero habría que ver, habría que ver", duda. Sabe que hay algo del espíritu punk y adolescente de la grabación original que se perdería. Todavía está pensando si lo graba de nuevo o no. Mientras pasan los años, el disco sigue estando en las bateas de vinilo y en algunos videos en vivo en YouTube, los registros que impiden olvidar a la primera mujer que hizo punk en los escenarios más importantes del rock nacional.

https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/celeste-carballo-celeste-generacion-disco-nid2449871

Rolling Stone: tapa de Cazzu edición agosto 2020


 

Romina Zanellato
4 de agosto de 2020  • 10:47

"Recibo tanto hate acá que a veces pienso que el país me odia, porque pongo un pie afuera y me ponen como una alfombra roja", dice Cazzu a fines de junio mientras la cámara de su computadora la enfoca en un contrapicado. Lo que parece un flow de una canción de trap es el lamento y la virtud de la artista argentina con mayor proyección en la música latina, un sonido que cada vez se vuelve más global, y que le permite mezclar el lunfardo argentino con un fraseo caribeño y una rima en inglés. La niña emo que pasó de la cumbia al reggaetón, dominó el trap y ahora se mete en el soul, lleva la cruz de ser la protagonista de una conversación pública entre jóvenes en las redes sociales que abusan del racismo, el moralismo y la misoginia. No importa cuántos millones de reproducciones muestren sus perfiles en Spotify y YouTube, ser mujer, jujeña y exitosa parece transformarla en un blanco de balas llenas de odio que esquiva con ideas y perreo.

La llaman "la jefa del trap", por haber sido la primera mujer en destacarse entre una camada de referentes locales como Duki, Khea, Ysy A o Neo Pistéa. Ese estatus la llevó a codearse con las máximas estrellas internacionales de la música, pero no fue un trayecto corto ni fácil. Desde Fraile Pintado, un pueblo de 12.000 habitantes en Jujuy, Cazzu recorrió unos cuantos géneros, escenas, kilómetros y críticas para llegar hasta los escenarios de esos fenómenos latinos, fabricantes de hits pegadizos que se escuchan desde los autos y en todas las pistas del mundo.

Julieta Cazzuchelli nació en 1993 y a los 15 años ya hacía música como la lady a la cabeza de una banda de cumbia santafesina. En 2012 se fue a vivir a Tucumán para estudiar Cine y ahí empezó su proyecto Juli K de cumbia villera. "Fui re kamikaze, terminé en la villa El Triángulo con los pibes que hacían música ahí, re en una, y yo toda una cosita delicada. Ahí conocí la calle, en el ambiente cumbiero tucumano", recuerda por videollamada desde su casa en Palermo. Fue ahí donde empezó a hacer fusión con el reggaetón y a mezclar todo lo que le gustaba, una ensalada de referencias norteñas, argentinas, latinas y norteamericanas. Entre los pasillos de tierra de El Triángulo, en San Miguel de Tucumán, Cazzu caminaba con sus auriculares y pasaba desde Snoop Dogg a Damas Gratis, Cyndi Lauper a Scorpions, Linkin Park a Daddy Yankee o Callejeros - en su adolescencia escuchó mucho rock nacional por su hermana y sus amigas rollingas, contó en febrero, un día después de haber cantado con Los Gardelitos en el Cosquín Rock-. "Siempre tuve ese cambio de personalidad absoluto donde puedo ser una bad bitch, un ángel, cantar folclore y pasar en un segundo a Pantera, era normal para mí, y después llegaba al estudio a cantar un flash re lady, tipo Karina La Princesita". En 2017 estaba en Buenos Aires haciendo reggaetón y sus primeros flows del trap. Cuando sacó su disco debut, Maldade$, recibió una atención que la llevó a participar en el hit de Khea, "Loca", la canción bisagra de su carrera -y del trap como género en Argentina- con más de 500 millones de plays. No pasó mucho tiempo hasta que se hizo dos amigos claves: el puertorriqueño Bad Bunny y el colombiano J Balvin, las dos figuras más importantes de esta era dorada de la música latina.


Las puertas de la música internacional se abrían, y Cazzu entendió qué había del otro lado: hits, plata y un mercado mucho más grande. Mientras que en Argentina recibía bardo por ser la única en esa escena, por tener una estética callejera y por venir desde Jujuy, aspectos que no significaban nada en la arena latina. 2018 fue el año del boom: en mayo, Bad Bunny vino a hacer tres fechas con entradas agotadas en el Luna Park y la invitó a cantar en vivo el remix de "Loca", en el que había participado el boricua. Frente a la euforia de los fans -y sus teléfonos-, Bad Bunny se le acercó tanto a Cazzu en el final del dueto que, según el ángulo de las cámaras de celular, parecía que le estaba dando un beso en la boca. Automáticamente, para la prensa, Cazzu era la novia argentina del reggaetonero. Pero no, solo eran buenos amigos.

En noviembre de ese año, J Balvin vino a actuar al mismo estadio y la invitó a presenciar el show. Más allá de la cortesía, José Osorio Balvín quería presentarle a su manager, Fabio Acosta, de Vibras Lab / Akela Family Music, porque estaba muy interesado en su música. Ese gesto le cambió la carrera. Ese año lo terminó cantando "Toda" -de Alex Rose, otro remix en el que participó Cazzu, que contando Spotify y YouTube lleva más de ¡1.000 millones de reproducciones!- sobre el escenario del Coliseo de Puerto Rico ante 18.500 personas con el Conejo Malo. "Él me ha brindado espacios musicales sumamente importantes", dice. Su proyección internacional ya estaba dando frutos.

El manager que timoneó la carrera meteórica de J Balvin a la cima de los charts del mundo se interesó por la música de esta chica, la Jefa de la banda de traperos argentinos, la única chica de saco de piel tumbando el club entre la liga local de pibes. "Estaba muy sorprendida", cuenta, cuando Fabio Acosta le ofreció el manejo de su carrera internacional. La atención recibida la asustó. "¿Seré lo que ellos esperan?, ¿seré la persona que están buscando?", esas preguntas todavía las siente como una piedrita en la zapatilla cada vez que está por sacar un tema que sabe que no va a chartear, que no responde a las lógicas de hit del mercado. "Hubo un momento donde sentí mucha presión porque había gente que decía que yo era la Bad Bunny mujer, y estaba muy lejos de sentirme un fenómeno como él. Me están poniendo una vara muy alta. Y con todas esas dudas confié en ellos, pero lo primero que hice fue decirles que yo en mi música hago lo que quiero, y esa es mi única condición".

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Cazzu, cuando habla y revolea las trenzas que ahora son rojas desde su casa, parece no tener miedo a la incorrección política y a las decisiones arriesgadas. Desde la trinchera obligada por la cuarentena por el coronavirus habla de su carrera en dos frentes: por un lado las colaboraciones con otros músicos latinos, que le aseguran un lugar en los primeros puestos del chart y, por el otro, sus discos solistas, con pocos invitados, en apuestas arriesgadas, que van desde el reggaetón de Maldade$, el trap emo lento de Error 93 y su próximo disco Una niña inútil, nacido en aislamiento, que es un giro al R&B, con "canciones escuchables", como dice.

El primer encuentro con Cazzu para esta nota fue la tarde del 11 de febrero, apenas un mes antes de la fecha de su primer Luna Park, que después sería suspendido por la pandemia de Covid-19. En un estudio de fotografía, Cazzu ya no sabe qué cara poner frente a la cámara. "Siento que siempre hago lo mismo", le dice a la fotógrafa Ana Bugni que dispara mientras ella muerde un collar dorado con el número 93. Estaba nerviosa, era la víspera de una jugada local arriesgada. Después de agotar tres Teatro Ópera tras la salida del antihitero Error 93, iba por su estadio. "Ese fue el gran salto en mi vida, había hecho un disco que no puedo escuchar, no me gusta, no lo quiero, y al mismo tiempo lo amo", dice días antes de lanzar su single "C14TORCE III", de la serie de canciones que saca cada 14 de febrero. "Cuando hicimos el disco fue porque tuve la intención de salir del lugar de nena que canta bonito en los featuring, la única piba que canta en un remix lleno de pibes. No quiero sonar así, quiero que la gente sepa quién soy: fue como una catarsis", decía en aquel momento. Sin embargo, ese disco y esa estética le demostraron que el público local quería más de esa Cazzu, y ella tenía el EP Bonus Trap listo para entregárselo.

Pero justo en ese momento su amiga J Mena despertó una visceral y violenta polémica por la promoción de su sencillo "Puta". "Si yo me siento criticada, no quisiera imaginarme lo que sería de mí si estuviera en una situación como la de ella. Cuando los medios de la tarde quieren ver sangre y de repente hay muchísima gente sirviéndose de un pedazo de tu cuerpo derrotado en el piso, siento que lo que le hicieron no está lejos de ese momento donde alguien decía 'mirá, ¡bruja!', y de repente todo el pueblo dice 'sí, bruja', nadie sabe por qué, nadie sabe lo que dijo. Me siento primitiva, en un lugar de la humanidad que no quiero estar", dice. El video que acababa de grabar del corte de difusión, "Bounce", podía agrandar el fuego de la discusión social entre las abolicionistas (de la prostitución) y las regulacionistas (que reclaman derechos laborales para las trabajadoras sexuales), entonces Cazzu decidió ser más cauta y esperó a que pasara un poco de agua bajo el puente de los feminismos. "Con toda la confusión que tiene la gente sobre la libertad de los cuerpos y las decisiones, decidí postergarlo". Aunque solo fuera por un par de meses: el video de "Bounce", que salió a fines de mayo, muestra una escena en un club de strippers, con culos y billetes volando por el aire, donde ella es la jefa de la fiesta de un montón de chicas, y cuenta con la participación de Srita. Bimbo como la dueña del local que cuenta dólares y echa a un grupo de pibes para que ellas estén cómodas en el VIP.

La comediante y actriz conoció a Cazzu hace un par de años en YouTube, empezaron a conversar por redes y, charlando sobre uno de sus videos, le dijo "en el próximo estás vos". "La canción me encanta y re feliz de estar en el video. Hay cuerpos de todos los tamaños, culos gordos, culos chicos. Estamos bailando como se baila en un club, y las críticas son cosas que pasan en redes, un micromundo que no es la realidad. La realidad son los conciertos con miles de personas que llena Cazzu, cómo se escuchan las canciones, y no un par de comentarios moralistas en un video", dice María Virginia Godoy.

Aunque Cazzu fue precavida, la polémica sobre la sexualización de los cuerpos no tardó en llegar. "Es patético y moralista, porque muchas chicas que critican eso usan su capital erótico para agradar en redes, pero si lo ven en otras lo critican", dice Srta. Bimbo, que bien sabe de polémicas por estar siempre en la boca de las discusiones feministas desde sus shows de standup o su programa Furia bebé en Futurock, junto a Malena Pichot. "Cada vez que veo un video de Cazzu, veo una piba que vino de Jujuy y que la rompió, sola. Y que, además, tiene un equipo de mujeres con las que labura, entonces ¿qué ven cuando ven?", les pregunta a los haters. "Porque yo veo una piba que es un ejemplo de abrirse camino con talento".

El video tiene, al momento de publicar esta nota, 7.5 millones de reproducciones y cientos de comentarios que polemizan sobre el tema. Unas pocas semanas después Cazzu estaba por instalar un tubo de pole dance en su casa, proyecto interrumpido por la cuarentena. "El strip es un arte para mí. Conocí bailarinas increíbles que se me cae la baba, me hipnotizan sus culos, no las puedo dejar de mirar. De repente, quería que la gente tuviera eso, pero después pensé que no siempre todos están en la misma".

No solo el video y la idea del pole dance en casa sufrieron cambios de planes. Dos días antes del show en el Luna Park, Cazzu decidió suspenderlo, al mismo tiempo que todos sus colegas empezaban a bajar fechas venideras: a los pocos días, Alberto Fernández decretaba el comienzo del aislamiento social, preventivo y obligatorio. En su casa de Palermo tenía instalada a toda su familia, que había viajado desde Jujuy para verla. El show, planificado hasta el último detalle por ella, con guiones y dibujos explicativos para su equipo, está guardado en su casa esperando una nueva fecha -después de la primera suspensión, llegó a anunciarse que sería el 30 de mayo, pero eso también quedó descartado-. Lo de "guardado" es literal: los trajes que se había confeccionado para el concierto están en su placard.


El 8 de mayo, Cazzu está tirada sobre un sillón lleno de peluches, regalos de sus fans, alguna pareja o que se compró ella misma, mientras habla en una entrevista en vivo de la serie #RSalacasa que Rolling Stone comenzó durante la cuarentena en Instagram -la segunda más vista de más de 40 notas, detrás de Lali-. Cuenta que las primeras semanas estuvo descansando la mente, pero que después empezó a grabar nuevo material. En su PH tiene un pequeño estudio bien equipado donde se graba a sí misma, y en esa soledad se despojó del pudor y la presión de cantar de cierta forma frente a productores. Nuevos sonidos aparecieron. "El momento se presta para la experimentación musical", dice con un oso de peluche turquesa gigante con un parche en uno de sus ojos, el protagonista de la mayoría de las prendas que diseñó para su cápsula de Big Sur Company, asomándose desde el respaldo.

El mood de la cuarentena le dio la posibilidad de probar nuevas formas de composición, con otros productores y técnicas. Lo que apareció fue "música escuchable", dice, más relacionada al R&B que al trap. "Es esa que podés escuchar en tu casa y flasheás, no es la que te da ganas de salir o de perrear, es para este momento de cuarentena, ¿qué voy a estar haciendo, reggaetón? Si no tengo ese mood ahora". Encerrada en su casa desde hace más de cien días, Cazzu trabaja sobre siete canciones donde canta más cerca del soul, con un groove sensual para hacer la cuarentena en el hogar.

Una niña inútil es el título del disco que sale este mes y que cuenta con la participación de Chita, la joven cantante de neo-soul que apareció en la escena para mostrar que ese canto sexy del R&B también se hace en Argentina. "Creo que nuestros géneros no están tan alejados, y con este crossover queda en evidencia que no es tan relevante a la hora de crear", dice Francisca Gil a Rolling Stone. Se conocieron por Instagram: Cazzu le escribió, se juntaron, le mostró el disco y le preguntó si quería colaborar en una canción de una tentación sexual entre las dos. "Esa misma tarde la escribimos. Me gusta que la línea se desdibuje cuando dos mundos se juntan. Cazzu es una gran artista y es muy inspirador verla".

El disco, que habla de las relaciones, la traición, los celos, la posesión, suena distinto a todo lo que Cazzu escribió antes. No hay hip-hop, no hay rapeo, el flow lento y su voz de cantante están al servicio de la sensualidad.

Mientras componía y grababa, el 23 de junio Cazzu se despertó con los llamados preocupados de su familia desde Jujuy. Una fake news propagada por un youtuber decía que estaba infectada de Covid-19. La noticia fue publicada por varios portales y rápidamente llegó a trending topic en Twitter, esa red social que eliminó de su teléfono porque la considera nociva. Unas stories de Instagram bastaron para desmentir, hacer que le baneen el canal al que publicó la fake news y dejar tranquilos a sus seguidores. Las discusiones sobre este tema se dispararon en las redes durante unos días. "De golpe queda demostrado que un montón de gente no está capacitada para ser persona pública". Cuando habla, con un tono pausado y relajado, aparece la tonada jujeña. "Mi abuela se preocupa mil veces más de lo que es. Intento desde acá que pueda dimensionarlo bien".

Doña Mary, como le dicen a la abuela, es su heroína, la cabeza de un matriarcado que hereda desde su bisabuela Celania, e integra junto a su mamá, su tía y su hermana mayor. "Ella siempre estuvo encima nuestro, nos empujaba a ser cultas, a que leyéramos, que tuviéramos un léxico amplio, siempre nos decía que el saber no ocupa lugar". Cada vez que está en el foco de atención de los haters, Cazzu se encierra en su vínculo más cercano, se refugia en sus amigas, su familia y en la terapia. "La gente que me respeta y escucha mi música no habla en las redes sociales, está en su casa escuchando o esperando que haya un show para comprar un ticket".

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En Jujuy, su mamá tenía pollerías, y ella domina los cuchillos como una Beatrix Kiddo norteña. Cazzu tiene una estética Kill Bill featuring Avril Lavigne en los early 2000, pero ese es el traje para componer. La Jefa, en realidad, no toma alcohol, es vegetariana y solo fuma tabaco armado. Rola finito un pucho y el humo le tapa la cara en la pantalla de la videollamada un lunes a fines de junio, el último encuentro de una serie de entrevistas forzada a la virtualidad por el contexto de cuarentena. Cazzu se dice introvertida, que se pasa el día dibujando y que, en realidad, es bastante tranquila. En sus videos, sus letras y su música exuda sensualidad con un efecto de fascinación o escándalo en el público. Sin embargo, Julieta viene de una familia matriarcal donde el valor principal es la independencia. "Mi mamá me decía que el amor era una debilidad, que mi hermana Flor y yo teníamos que estudiar porque nunca nadie nos iba a mantener. Nunca, nunca, nunca. Ella estaba empoderada con dolor, porque sabía que las posibilidades para las minas son menores, y vengo de ahí". Cuando habla de ella, habla también de esas mujeres fuertes de su familia, desde su bisabuela jueza de paz del pueblo y su abuela que se separó de su marido violento a los 70 años, hasta su mamá, una eterna laburante autónoma. Su hermana mayor, Flor Cazzuchelli, es DJ residente en Tucumán, activista LGTBI+, su referente, a quien nombra a cada rato, la que de tan talentosa y revoltosa le dio el espacio para hacer la suya sin la mirada familiar encima.

"Si a mí me gustaba alguien, un músico o un productor, yo me decía 'no, no, no' porque te pierden el respeto. Ni bien pasa algo, los 15 pibes que te rodean te pierden el respeto al instante. Recién me enamoré a los 24 años". Se dice un poco asexuada, incluso solitaria. Toda la libido puesta en su música. "Incluso perdí featurings, productores, por no pasarle cabida a algunos chabones. Perdí un montón de chances, hubo varios que me dejaron re tirada por no pasarles cabida, y bueno, son giles, que se chupen una pija. Pero sí, esa actitud dolía". La hipersexualización de algunos de sus videos y las letras directas de sus canciones confundieron a muchos de los varones de la escena del trap.

Cuando Cazzu rememora sus primeros años, dice que ella y La Joaqui, la freestyler que en la Batalla de los Gallos de Red Bull 2014 tuvo que competir con su ex novio Papo MC en octavos de final, vivieron luchas que la nueva generación no enfrenta. "Ya por haber tenido que vivir eso se merece una estatua en la plaza", dice Cazzu. Sobrevivir en la escena, dice, les costó 25 veces más que a un pibe. En los comienzos, ambas la pasaron mal en un ambiente donde las mujeres no abundaban, en general competían entre sí, y estaban rodeadas de varones. "La 'cone' que tuvimos nosotras fue muy fuerte", dice, y en su léxico que se mezcla con el de la calle y con el latinoamericano, quiere decir "conexión".

La alianza con algunas mujeres, haber armado un equipo de trabajo casi enteramente femenino (salvo por su manager local Leo Belizan y el internacional, Acosta) y buenas decisiones financieras le otorgaron cierto poder de acción. "La plata, para las minas, significa la independencia, significa poder jugar en la liga que juegan los pibes".

Que Cazzu sea la Jefa significa que otras vendrán después y podrán superarla. Ella las nombra: Nicki Nicole, María Becerra, Louly, las pibitas de la RIP Gang, "y todas las que van a venir, que tengan el privilegio -y por eso me siento muy agradecida- de saltear una parte que me tocó muy hardcore. Estuve ahí para hacer ese cambio y siempre fue el objetivo: que esas pibas no tuvieran que pasar por lo que La Joaqui y yo sí".

La diferencia entre Cazzu, o cualquier música, y los varones son las posibilidades de llegar a un escenario, tener un rédito por el trabajo y el reconocimiento de los fans. "Tuve que tener un show de la reconcha de mi madre, con videos de la reconcha de mi madre para que alguien diga 'ok, esto está bueno'. A mí no me funcionaba pararme solita y cantar, había que posicionarse entre un montón de figuras como los pibes, tenía que tener más herramientas". Eso significa desarrollar algunos de sus otros talentos: el diseño, la escenografía, la estrategia visual, el baile, el armado de grupo de trabajo. Algo que no necesariamente desarrollan tanto otras estrellas del trap como Duki, Neo Pistéa, C.R.O, Ysy A o Khea.

"Aguante la plata", dice y hace un montoncito con los dedos. Cazzu gesticula y se apasiona con su tono amoroso y calmo. Dice que lo que gana lo cuida y eso también le trajo problemas. "La plata te trae muchas consecuencias, problemas en la pareja si ganás más que él, con tus colegas, porque si saben que la hiciste más piola les da un dolor de pija que se les disminuye la virilidad en el acto. Es bien loco. A mí me encanta la plata, tengo una familia con un montón de personas y quiero que todos estén piolas".

Para ella hacerla bien es no salir a gastar a lo loco, sino reinvertir en su música, en equiparse y en videos de gran presupuesto. "Cuando la plata empieza a aparecer no es para vos, es para lo que estás haciendo", y dice que comprarse un celular de 100.000 pesos, un anillo de oro o un collar de diamantes le da mucha culpa. "Siempre le tuve miedo a la guita porque la consideré muy volátil. Vi a mi vieja laburar una banda para tener un poco de plata", y cuenta que cuando empezó a tocar en los boliches, volvía en la combi con los músicos o sus amigos traperos y todos traían un fajo -y hace seña de uno grande- de dinero que no sabían dónde meterlo, qué hacer con la adrenalina que da la plata. "Yo lo puse en la música, en mi arte".

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"Siento que me falta mi hit, mi canción. Igual no soy ansiosa, no me desespero", decía Cazzu en su primera entrevista con Rolling Stoneen octubre de 2018. "Hago lo que quiero, y Cazzu es quien yo quiero que sea, por eso no cedo tanto ante el hit", dice, casi dos años después de esa nota, en la videollamada de junio. "Siempre me presiono así: ahora que todos se pegaron con los géneros que son naturales en vos, ¿qué vas a hacer? ¿cómo te vas a destacar? Por eso me he alejado de lo que está pegado".

"Pegado" es lo que está de moda, lo que los pibes escuchan sin parar. Es llegar a los nueve dígitos de las estadísticas de reproducciones de Spotify y YouTube. Cazzu no llegó a esas cifras con sus temas propios sino en los featurings con otros artistas. Las posiciones que alcanzaron en los charts "Loca", de Khea, y el remix de "Toda", de Alex Rose, le permitieron salir al continente a conocer músicos y hacer colaboraciones con reggaetoneros, hiphoperos y traperos latinos. En 2019 colaboró en "Pa mí", la canción del puertorriqueño Dalex, donde ella canta una parte entre seis tipos -uno era el argentino Khea-. "Se pegó estúpidamente, mucho más que todas, como una piña en la cara, y ahí me asusté, me corrí, reculé, ¿yo quiero ser eso? ¿quiero ser el pop?".

El día que grabaron el video, que lleva en un año y dos meses más de 292 millones de reproducciones en YouTube, Dalex, Sech, Lenny Tavárez y Feid la invitaron a sumarse a los Avengers, como se hacen llamar estos artistas que representan a la nueva generación de la música en Puerto Rico. "Cazzu es la Black Widow, Sech es Hulk, yo soy Iron Man, Lenny es Thor, Justin [Quiles] es Capitán América y Feid es Spider Man", explicó Dalex a Billboard el año pasado sobre el origen del nombre. "Ella fue una pieza muy importante en 'Pa mí'", agrega. "Aparte de ser super talentosa y humilde, está dispuesta a trabajar y a ir para adelante. Siempre que tengo un proyecto que quiero hacer con una mujer, le digo a ella".

La idea era hacer una saga y la canción que seguía era "Cuaderno", pero Cazzu rechazó la invitación. Ni bien lo hizo se preguntó si estaba haciendo lo correcto para su carrera. Un poco se arrepintió. "Yo dije: 'pará, esto también es mío'. Reculé de nuevo. No me fui del todo de ahí, pero sí sentí que me quedé afuera de ese plantel. No me arrepiento porque son mis amigos y sé que con ellos habrá colaboraciones siempre, pero esa fue una de las cosas que hice". Y ahí, el año pasado, en un pico de popularidad, Cazzu sacó su segundo disco, Error 93, en otra onda que Maldade$, más emo y lento, diez canciones de reggaetón nostálgico que no tienen esos números desorbitantes, pero acumulan una buena cantidad de reproducciones que van de 50 a 4 millones. "Me fui a cualquier lado, tiré cualquier verdura con ese disco. Pareciera que me estoy quejando de que no tengo un hit pero lo estoy haciendo a propósito, ¡no sé qué pasa! Ni yo sé cómo funciono a veces", dice y su risa acopla el micrófono de la computadora y se congela la imagen de la videollamada de cuarentena.

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Antes de ser Cazzu, Julieta también cuestionaba la estética y el buen gusto de quienes la rodeaban. Desde el momento en que empezó a cantar cumbia a los 15 años, cuando su familia no podía creer que eligiera ese género cuando tenía una hermana rockera y un padre folclorista, o cuando a sus 18 años estudiaba Cine en la Universidad Nacional de Tucumán y dijo que su película preferida era Transformers.

"El bullying que no me habían hecho en mi vida me lo hicieron en la Escuela de Cine". En una clase, un profesor hizo la clásica trivia: si tuvieran que elegir una película de toda la historia, ¿cuál elegirían para ver siempre? Las respuestas no se alejaban entre Sin aliento, de Jean-Luc Godard, y La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, hasta que le tocó hablar a Julieta Cazzuchelli, que se levantó y dijo: "Transformers, wacho". Todos se dieron vuelta y revolearon los ojos. Típico de una cumbiera, parecieron decirle. "Ahí me tocó ver cómo toda esa gente que se concibe a sí misma como culta ejerce una violencia estúpida en lo que a ellos no les parece que es cultural". Si le gustaba lo pop no podía estudiar cine, ¿para qué si iba a terminar viendo El hombre araña? Fue una revelación para ella. "Es el futuro. ¿Qué onda la postproducción de esa película? Estos locos están creando cosas que no existen, es el futuro".

Por más que incomode, Cazzu habla. Sabe que en las épocas de redes sociales y de un feminismo militante tan diverso y apasionado cualquier cosa que diga o haga va a generar una ola de hate. Pero no se calla y usa sus herramientas. Uno de sus últimos tuits fue el 30 de abril, donde ataca directo los comentarios racistas que recibe por su origen. La cita es textual: "Estoy preocupada porq los jóvenes aun se sigan insultando con términos étnicos y raciales. Pensé q la xenofobia era para los viejos. El otro día escuchaba un video viral de una chica bardeando a otra diciendole 'jujeña' y yo como ke: Cazzu es jujeña bro, es como tener sangre real".


Mientras los músicos del mundo ponen un posteo de fondo negro y hablan del #BlackLivesMatter o se discute si el término "música urbana" remite a conceptos racistas, Cazzu habla del racismo más profundo e invisibilizado del país: el de sus orígenes, la violencia que recibe por ser jujeña. "Creo que somos muy selectivos a la hora de cuidar el racismo", dice en relación a las críticas que recibió de activistas afros locales que sintieron que el fraseo del rap que hace Cazzu en inglés es peyorativo para su comunidad. "Yo veía a esas chicas afros que me ponían otra vez en el foco de las críticas, y pensaba que se deben olvidar que yo soy de Jujuy, o tal vez no lo saben, y eso es muy imprudente. Elevar juicios de valor cuando uno no sabe las raíces del otro es muy imprudente", porque para ella, el verdadero racismo del país es el que sufren los bolivianos, los peruanos y la gente del norte, por ser más baja y morena. "Yo viví con eso, vivencié cómo le decían 'ñera' o negra a mi familia. Y eso me duele".

No hay más entrar a cualquier video de YouTube de Cazzu para detectar cientos de comentarios racistas, clasistas y misóginos. Sin embargo, y a pesar de todo, la jujeña construye su carrera de acuerdo a sus ganas. A paso firme y progresivo, que le permita asegurarse su salud mental. "Puede ser que la aceptación internacional me fue más cómoda que la de mi propio país, donde me critican y lastiman mucho más. Puede ser que ahora me esté haciendo cargo de mis heridas y de sanarlas frente a mi público".

Nota: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/cazzu-nota-tapa-rolling-stone-nid2409327

Por: Romina Zanellato