19 de diciembre de 2013
Los 5 mandamientos para comunicar tu proyecto en internet
Para el anuario de Formación en el Club Cultural Matienzo, en relación al taller de Prensa y difusión de proyectos artísticos.
Acá la revista online http://issuu.com/agustinjais/docs/tallerabierto2013f
11 de diciembre de 2013
Entrevista a Rosario Bléfari
Sue Mon Mont nació para el público una noche de tormenta dos semanas atrás en el Club Cultural Matienzo. La súper banda de Rosario Bléfari volverá a sonar este sábado en el Yolanda Fest, la última oportunidad hasta nuevo aviso. Después del debut, Rosario habló sobre las letras fuertes y simples, sobre sus compañeros soñados –comparte banda con Gustavo Monsalvo de El Mató, Marcos Díaz de Bosques y Tifa Rex de Los Reyes del Falsete- y de lo que se viene. / Entrevista Romina Zanellato – Foto Nora Lezano
-¿Cómo apareció ese nombre?
Fue en una ensoñación de hace un año atrás. Soñé un nombre y cuando estábamos buscando uno para la banda yo llevé ese. A Marcos le gustó de entrada, a Gustavo más o menos y Tifa fue al que menos le gustaba, porque era muy complicado. Suena muy francés, pero quedó. En el sueño yo veía muy bien las formas de las letras.
¿Y averiguaste qué significa?
Sí, una amiga de Tifa lo buscó en el traductor de Google y le salió algo increíble: “demando a mi pubis”. Sue es demando y Mon parece que es como Monte de Venus, el pubis. Está muy bueno. No sé cómo será en francés, pero demandar tiene ciertas connotaciones en español que me encantan. Por supuesto que no sabía lo que significaba, pero tal vez en el inconsciente sí, y eso está buenísimo.
Eso tiene relación con las letras, que son muy distintas a lo que venías haciendo. Hay una presencia diferente de vos como mujer, de tu femineidad y de tu posición ante el amor.
Sí, totalmente. Siento que en algún momento tengo que terminar de escribir sobre el amor, pero cada vez se me ocurren más y más, no lo puedo evitar. Al mismo tiempo, cuando las canto siento que tienen que ver con muchas cosas más. Si bien algunas están relacionadas a historias de amor, también tienen que ver con la cuestión de las personas, de lo que uno hace y de cómo encaramos la vida. A veces quiero cantar otras cosas pero no me salen. Antes no cantaba canciones de amor, en Suárez no había.
Ahora es más explícito…
Sí, en mis primeras canciones tenía un imaginario asociado a la infancia, el paraíso perdido y el abismo que se siente ante la pérdida de la inocencia. Era más chica.
Las composiciones de Suárez eran más abstractas, como imágenes, pero acá hay un sentido claro en las letras, uno se identifica con lo que cantás.
Es que hubo un momento preciso que pensé que no quería más canciones con metáforas, tal vez sí que la canción termine siendo una, pero que el lenguaje no lo sea.
Recuerdo cuando escribía las canciones para Estaciones (su disco solista), donde quise transmitir una pequeña historia o una idea, o la idea de la canción carta, cosas que decirle a alguien. Ese desagote del pensamiento continuo, del monólogo interno, de lo que le diría a alguien, de poder rebobinar el tiempo y decirlo diferente. O si se le contaras a alguien, cómo lo harías. Entré en esa secuencia de explicar, contar, el porqué, como si fuera una indagación. Así empezó este camino de letras directas.
¿No te sentís más expuesta?
No, pero a veces sí temo que alguien crea que yo sólo escribo canciones de amor y que es una pavada, como dice Roland Barthes, que la idea del amor es la más despreciada, que el amor es lo obsceno. Cuando uno se involucra en algo amoroso, aunque sea una letra, es cuando uno más vulnerable se pone, es la mejor manera de hablar de otras cosas, de relacionarse, de hablar con los otros, de hacer un trabajo. A partir del amor –de estar enamorado– hay una vulnerabilidad absoluta.
Pero la forma en la uno vive el amor es la muestra de cómo vive el resto de la vida.
Sí, lo atraviesa todo sin que lo podamos evitar, inclusive la ausencia del amor. El otro día estaba con Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes, un libro fundacional, y alguien me preguntó qué pasaba con los que no estaban enamorados y yo pensé en eso: hasta ese estadío es amoroso, el de ver a todos colocados y uno no.
“En mis primeras canciones tenía un imaginario asociado a la infancia, el paraíso perdido y el abismo que se siente ante la pérdida de la inocencia. Era más chica.”
¿Necesitás sentirte enamorada para escribir canciones de amor?
La inspiración me viene –un poco– de estar enamorada del amor. Además, creo que el sujeto amoroso puede estar en todas partes, en los amigos, en la familia, en lo que uno hace. Creo que es muy importante, además, cultivar el estado de estar enamorado. Creo que tiene que ver con las ganas de hacer cosas. Creo que el amor es colocar el deseo en lugares que te permitan moverte. Por ejemplo, muchas de las canciones son hacia mis amigos, deseos para ellos.
¿Ya tenías muchos temas compuestos antes de juntarte con los demás músicos?
Sí, pero son todos bastante recientes. La más vieja es “Diferencias”, una canción de la amistad que me quedó escondida. Algunos de los temas los había tocado sola pero tuvieron forma real cuando fueron tocados con ellos. De hecho, les escribí un mail después del primer ensayo y les dije “todas estas canciones no las voy a tocar sola nunca más”, como una especie de promesa. Deben haber pensado que estaba loca.
¿Y cómo fue el proceso de selección?
Tenía tres grupos de canciones: unas en formato canción más tradicional, unas más instrumentales y otras más oscuras. Cuando las escucharon se hizo la selección natural de las primeras cinco, que fueron de las primeras.
¿Qué vas a hacer con las que quedaron afuera?
Las que tocamos fueron las que salieron de una, sin pensarlas. Les ganaron a todas las demás. Las otras tendremos que trabajarlas. Las que quedaron creo que son las ideales para tocar con varones, las asocio a la fuerza simple del hombre. Siento que las canciones tienen esa fuerza indiscutida de ellos, por eso me importó tanto resaltar mi femineidad en el show, las dos fuerzas.
¿Cómo te sentiste en el escenario del Matienzo en el primer show de la banda?
Muy nerviosa, hacía mucho que no me sentía así. Estábamos todos igual, era una primera vez para todos. Tenía terror con algunas cosas que son mi gran trauma, como el sonido, pero mucha confianza en los chicos. Me encantó sentir que éramos una banda, como un alivio en ellos.
Después del sábado, ¿cuál es el futuro de Sue Mon Mont?
Por ahora no tenemos más fechas. Estamos grabando el disco, que sale el año que viene. Ya tenemos 15 canciones.
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Sue Mon Mont
En vivo junto a Pommez Internacional, Detonantes y Las Ligas Menores el sábado 14 de diciembre a las 22 en G104, Gascón 104 (CABA).
Nota para Los Inrocks.
3 de diciembre de 2013
Viva Elástico en el Pop en Oro
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Entre la multitud de trabajadores que salen de sus oficinas a hora pico en el microcentro porteño aparece Alejandro Schuster con su cara de buen pibe. “¿Dónde se podrá tomar una cerveza?”, pregunta como preludio para una noche de viernes donde ejecutará uno de sus cinco trabajos, el de DJ. El cantante de Viva Elástico se prepara para un fin de año de festivales que comienza este sábado en el Pop en Oro en Niceto Club.
A varios meses de sacar a la luz su segundo disco, Agua, sal y fiebre y de tocarlo por todo el país, Viva Elástico está en una etapa clave en su carrera: a mitad de camino entre la escena independiente y el mainstream, coqueteando con los dos escenarios, siendo la apuesta de grandes productoras.
“Nosotros nos tomamos todas las fechas de la misma manera, el fin es el mismo: dar un buen recital. En Niceto queremos dar un show distinto porque se da el ámbito con tanta gente amiga. Vamos a hacer un cover de una banda muy representativa para el país. Nadie hizo una canción de ellos todavía, va a ser muy especial. Estamos enfocados en eso”, cuenta Alejandro.
Se ríe y disfruta el misterio. Viva Elástico ya tiene confirmada su participación en el Personal Fest y en el Turdera Fest en el nuevo Club Cultural Matienzo, ambos en octubre. “Está bueno ir a grandes festivales porque es todo el día dedicado a la banda. Por ahí nos pasa como en la fecha de Queens of the Stone Age, que se largó a llover y no nos vió nadie, o sucede que se llena como con The Strokes y nos conoció un montón de gente”, dice.
Sus 26 años le imprimen calma cuando habla, como si tuviera mucho tiempo para hacer lo que quiere, la música. Acelera las palabras cuando cuenta lo que está escuchando y la forma nueva en la que está componiendo. “Cada vez estoy más cerca del punk y del tecno. Me hice amigo de los Katarro Vandaliko y descubrí algunas bandas que no paro de escuchar. El próximo disco va a ser más rápido. Quiero que sea punk, que sea pop, que sea melódico, que pueda leerse en distintos registros.” Entusiasma.
No quiere hablar mucho sobre eso que está armando porque sólo tiene algunas canciones compuestas, pero no puede evitarlo. Cuando habla de Agua, sal y fiebre llega la comparación: “Las canciones crecieron muchísimo a medida que las fuimos tocando, superaron al disco. Para el nuevo lo que estamos intentando es que el disco alcance las canciones ya hechas, que sea un disco de producción”.
Las diferencias que relata son muchas. Alejandro se compró una computadora y compone en ella, en su cuarto de la casa de su familia en Longchamps. “Ya ni agarro la guitarra”, dice. Tampoco papel y lápiz. “El transe es cantar arriba de una melodía, con lo que sale en el momento. Por ahí solo le cambio una palabrita”.
La improvisación en las letras parece algo impulsivo, romántico, como Viva Elástico, pero tiene una construcción detrás. “Es como un sueño. El sueño no tiene forma, uno lo codifica recién cuando está despierto. Es como la diversión moderna, no tener el control de lo que estás haciendo e intentar constantemente llegar a esa idea que tuviste. Siempre es un fracaso porque no lo conseguís pero llegás a algo más maravilloso, a la diferencia, a lo nuevo. Nunca puedo imaginar lo que va a salir. A veces quiero hacer una canción muy alegre y termino haciendo otra cosa. Es un método de trabajo distinto; veo que me salen mejor las canciones que improviso que las que pienso escribir, entonces la idea viene post lo que dije, es como desde el inconsciente. Las canciones se despliegan muy bien aunque no parezca.”
Ese de la voz desgarradora y dulce, el creador de letras temperamentales y hits indiscutidos, dice que nació para hacer canciones y para cantar. Que en su casa siempre hubo música y que él quiere cambiar y esforzarse para lograrlo, para dejar de laburar en un comercio a la mañana. “Estoy trabajando mucho para lograr cosas con mi voz, pero sé que con ella sola no hago nada, si no compongo una buena canción no sirve. Si no hacemos un buen arreglo tampoco, lo que haga con mi voz depende de todo lo que haga antes”.
Entre la multitud de trabajadores que salen de sus oficinas a hora pico en el microcentro porteño aparece Alejandro Schuster con su cara de buen pibe. “¿Dónde se podrá tomar una cerveza?”, pregunta como preludio para una noche de viernes donde ejecutará uno de sus cinco trabajos, el de DJ. El cantante de Viva Elástico se prepara para un fin de año de festivales que comienza este sábado en el Pop en Oro en Niceto Club.
A varios meses de sacar a la luz su segundo disco, Agua, sal y fiebre y de tocarlo por todo el país, Viva Elástico está en una etapa clave en su carrera: a mitad de camino entre la escena independiente y el mainstream, coqueteando con los dos escenarios, siendo la apuesta de grandes productoras.
“Nosotros nos tomamos todas las fechas de la misma manera, el fin es el mismo: dar un buen recital. En Niceto queremos dar un show distinto porque se da el ámbito con tanta gente amiga. Vamos a hacer un cover de una banda muy representativa para el país. Nadie hizo una canción de ellos todavía, va a ser muy especial. Estamos enfocados en eso”, cuenta Alejandro.
“El próximo disco va a ser más rápido. Quiero que sea punk, que sea pop, que sea melódico, que pueda leerse en distintos registros.”
Se ríe y disfruta el misterio. Viva Elástico ya tiene confirmada su participación en el Personal Fest y en el Turdera Fest en el nuevo Club Cultural Matienzo, ambos en octubre. “Está bueno ir a grandes festivales porque es todo el día dedicado a la banda. Por ahí nos pasa como en la fecha de Queens of the Stone Age, que se largó a llover y no nos vió nadie, o sucede que se llena como con The Strokes y nos conoció un montón de gente”, dice.
Sus 26 años le imprimen calma cuando habla, como si tuviera mucho tiempo para hacer lo que quiere, la música. Acelera las palabras cuando cuenta lo que está escuchando y la forma nueva en la que está componiendo. “Cada vez estoy más cerca del punk y del tecno. Me hice amigo de los Katarro Vandaliko y descubrí algunas bandas que no paro de escuchar. El próximo disco va a ser más rápido. Quiero que sea punk, que sea pop, que sea melódico, que pueda leerse en distintos registros.” Entusiasma.
No quiere hablar mucho sobre eso que está armando porque sólo tiene algunas canciones compuestas, pero no puede evitarlo. Cuando habla de Agua, sal y fiebre llega la comparación: “Las canciones crecieron muchísimo a medida que las fuimos tocando, superaron al disco. Para el nuevo lo que estamos intentando es que el disco alcance las canciones ya hechas, que sea un disco de producción”.
Las diferencias que relata son muchas. Alejandro se compró una computadora y compone en ella, en su cuarto de la casa de su familia en Longchamps. “Ya ni agarro la guitarra”, dice. Tampoco papel y lápiz. “El transe es cantar arriba de una melodía, con lo que sale en el momento. Por ahí solo le cambio una palabrita”.
La improvisación en las letras parece algo impulsivo, romántico, como Viva Elástico, pero tiene una construcción detrás. “Es como un sueño. El sueño no tiene forma, uno lo codifica recién cuando está despierto. Es como la diversión moderna, no tener el control de lo que estás haciendo e intentar constantemente llegar a esa idea que tuviste. Siempre es un fracaso porque no lo conseguís pero llegás a algo más maravilloso, a la diferencia, a lo nuevo. Nunca puedo imaginar lo que va a salir. A veces quiero hacer una canción muy alegre y termino haciendo otra cosa. Es un método de trabajo distinto; veo que me salen mejor las canciones que improviso que las que pienso escribir, entonces la idea viene post lo que dije, es como desde el inconsciente. Las canciones se despliegan muy bien aunque no parezca.”
Ese de la voz desgarradora y dulce, el creador de letras temperamentales y hits indiscutidos, dice que nació para hacer canciones y para cantar. Que en su casa siempre hubo música y que él quiere cambiar y esforzarse para lograrlo, para dejar de laburar en un comercio a la mañana. “Estoy trabajando mucho para lograr cosas con mi voz, pero sé que con ella sola no hago nada, si no compongo una buena canción no sirve. Si no hacemos un buen arreglo tampoco, lo que haga con mi voz depende de todo lo que haga antes”.
2 de diciembre de 2013
Diario La Mañana de Neuquén: Un camino de tradición
Puesteros que recorren cientos de kilómetros al año con sus animales se resisten a dejar su tradición, a pesar de la sequía y la dureza del oficio.
Chos Malal > Los viejos dicen que la Cordillera del Viento se inquieta con la llegada de la veranada y entonces se queja en forma de viento. Lo mismo pasa cuando los arreos vuelven a la invernada en abril, se recela porque la dejan sola y vuelve a castigar. Sobre la Ruta Nacional 40, sosteniendo el gorro de gaucho para que no se le vuele, Jairo Baeza intenta que todo el piño cruce la calzada y se meta en el pueblo para descansar a la orilla del río, al lado del puente sobre el Curí Leuvú.
Los crianceros del norte de la provincia terminan en estos días su viaje por las rutas de arreo hasta su zona de veranada. Todos los años se repite el mismo recorrido, desde los campos donde se resguardan del invierno a las zonas más ricas de pastizales en lo alto de la cordillera durante el verano.
Con las chivas recién paridas, algunas vacas y los caballos, los crianceros viajan entre 15 y 20 días hasta llegar a sus veranadas. Una vez ahí, esperan el engorde de los chivos y aguardan tranquilos el momento de volver.
A mitad de camino, confluyen en Chos Malal para comentar las novedades del campo, enterarse de los precios de los demás y tomar un vino en comunidad. Son pocos los días al año en los que están con gente.
Fernando Tapia ya dejó todo su piño en la veranada y bajó a ayudar a su hermano con el suyo. La primera pregunta que le hacen se repite a medida que se suman más crianceros debajo de los sauces sobre el Curí Leuvú: “¿Cómo está el pastizal allá arriba? ¿Llovió?”. “Más o menos”, contesta y se termina la charla.
La gente de campo no conversa pero sí observa. Cuando tienen algo para decir, hablan para adentro y miran fijo. La piel muestra el azote del sol y el viento. Desconfían. Acusan abandono y enorme sacrificio.
“Yo a mi piño lo conozco entero, de pie a cabeza. En seguida me doy cuenta si falta una chiva. ¿Cómo no me voy a encariñar si a algunas hasta las amamanté? Es difícil carnearlas a veces, te da lástima”, dice Jairo, apoyado en el capot de una camioneta vieja.
Compañeros de camino
Siempre están rodeados de perros. Según Fernando, son mejores arrieros que las personas. Hay que entrenarlos un poco pero aprenden rápido. Los únicos que no sirven son los galgos.
Sobre la Ruta Provincial 7, a orillas de la laguna Auquinco, Marco Vázquez arrea solo a sus 700 animales. Anda con un caballo cargado y dos perros que gruñen cuando se acercan personas. Mientras él está parado, ellos están acostados. Ni bien se sube a su caballo, los perros salen disparados a ladrarle a los chivos. Él rodea el piño y lo lleva desde atrás; los perros lo ordenan desde los costados para que los chivos no se dispersen. “Salga de ahí”, grita a los animales. Y todos se mueven en grupo.
Marco anda solo. Es de la zona de Chihuido, cerca de Quili Malal, del otro lado del río Neuquén. Es soltero y no sabe bien cuántos años tiene. “Nací en el 77, saque la cuenta”, dice. Recién está en la primera parte de su camino al campo de veranada que usa hace 13 años. Lleva como 50 kilómetros y hasta Varvarco calcula que hay como 200.
No es optimista cuando mira la inmensidad del camino que le queda por delante. “Este año no nevó, no llueve hace años, no creo que sea una buena temporada”, cuenta. El pastizal se ve amarillo y sólo se reconocen algunos mallines pequeños cuando la Ruta 7 empalma con la 40.
La sequía se sufre hace cinco años. Los chivos no están gordos como quisieran sus dueños y llegan débiles a la veranada después de tanto caminar. El verano se ve complejo en la mirada de los crianceros. “No queda otra, no hay otra que hacer”, se resignan. El destino parece escrito e irrefutable para ellos.
Otra ruta
Cruzando Chos Malal, a orillas del Neuquén, esperan que se haga de noche el joven Juan Soto y Juan y Horacio Herrera. Llevan 400 animales y los están descansando para cruzar la ciudad al otro día. Es la parte más difícil del viaje. Son del paraje El Rayoso y van hasta Los Carrizos, unos 150 kilómetros calculan. Están por carnear un chivo para cenar al lado del camino de la Ruta 40: así comienza la temporada en la que sólo comen carne, tortas fritas, pan casero y amenizan con un poco de vino o mate.
Llevan tabaco para armar; dos van a caballo con el piño y otro va sobre la ruta con la camioneta. Toman mate dulce. Hablan sobre el viento. Tienen dos perros, uno se llama Ardilla, es chiquito, con rulos color gris. Duerme enrollado al lado del fuego donde se calienta la pava. Está fresco. Todos van de campera, gorra de gaucho, camisa, pañuelo al cuello, botas de cuero y rodillera arriba del pantalón de gabardina, con el pelo hacia adentro para que abrigue y al revés para que no entre la lluvia.
Los tres esperan la hora de carnear para comer e irse a dormir. Tienen que cruzar el puente sobre el río Neuquén ni bien aclare. “No lo hacemos de noche por los accidentes. En general la gente respeta a los animales, salvo que vayan muy apurados o no sean de acá”, dice Horacio.
Los perros ordenan el arreo mientras caminan las chivas por la ruta. Ardilla les ladra al oído y los animales le hacen caso y avanzan pegados. Cada piño está señalizado con una marca en las orejas de cada animal. Cuando se juntan varios grupos en el Curí Leuvú y comienzan unidos el ascenso a su veranada, los chivos se mezclan, pero al llegar al lugar se separan solos.
En el camino venden mucho. Piden entre 350 y 400 pesos por cada animal de 12 kilos. Se los llevan vivos en su mayoría, chillan como bebés cuando les atan las patas y los suben a los autos.
El mito de que la chiva es más rica que el chivo es desestimado en un chasquido. “Es el degollador el que le cambia el gusto a la carne si el animal come la misma pastura. Si está bien degollado, la carne del animal es riquísima, sin importar si es hembra o macho”, dice Jairo. Aunque los crianceros prefieren tener mayoría de chivas en su piño porque engordan más y no se distraen, “los chivos se van a huevear por ahí”, relata.
Juan y Horacio son primos. Se suman al arreo de Jairo sobre el puente del Curí Leuvú porque son vecinos de veranada y van a transitar juntos el último tramo de viaje. Todos son de zonas diferentes y se juntan todos los años en el mismo punto del mapa, a la ida y a la vuelta. Lejos de los pueblos, ellos siguen criando su ganado, unos cuantos chivos, unas pocas vacas, unos caballos y dos o tres perros.
Chos Malal > Los viejos dicen que la Cordillera del Viento se inquieta con la llegada de la veranada y entonces se queja en forma de viento. Lo mismo pasa cuando los arreos vuelven a la invernada en abril, se recela porque la dejan sola y vuelve a castigar. Sobre la Ruta Nacional 40, sosteniendo el gorro de gaucho para que no se le vuele, Jairo Baeza intenta que todo el piño cruce la calzada y se meta en el pueblo para descansar a la orilla del río, al lado del puente sobre el Curí Leuvú.
Los crianceros del norte de la provincia terminan en estos días su viaje por las rutas de arreo hasta su zona de veranada. Todos los años se repite el mismo recorrido, desde los campos donde se resguardan del invierno a las zonas más ricas de pastizales en lo alto de la cordillera durante el verano.
Con las chivas recién paridas, algunas vacas y los caballos, los crianceros viajan entre 15 y 20 días hasta llegar a sus veranadas. Una vez ahí, esperan el engorde de los chivos y aguardan tranquilos el momento de volver.
A mitad de camino, confluyen en Chos Malal para comentar las novedades del campo, enterarse de los precios de los demás y tomar un vino en comunidad. Son pocos los días al año en los que están con gente.
Fernando Tapia ya dejó todo su piño en la veranada y bajó a ayudar a su hermano con el suyo. La primera pregunta que le hacen se repite a medida que se suman más crianceros debajo de los sauces sobre el Curí Leuvú: “¿Cómo está el pastizal allá arriba? ¿Llovió?”. “Más o menos”, contesta y se termina la charla.
La gente de campo no conversa pero sí observa. Cuando tienen algo para decir, hablan para adentro y miran fijo. La piel muestra el azote del sol y el viento. Desconfían. Acusan abandono y enorme sacrificio.
“Yo a mi piño lo conozco entero, de pie a cabeza. En seguida me doy cuenta si falta una chiva. ¿Cómo no me voy a encariñar si a algunas hasta las amamanté? Es difícil carnearlas a veces, te da lástima”, dice Jairo, apoyado en el capot de una camioneta vieja.
Compañeros de camino
Siempre están rodeados de perros. Según Fernando, son mejores arrieros que las personas. Hay que entrenarlos un poco pero aprenden rápido. Los únicos que no sirven son los galgos.
Sobre la Ruta Provincial 7, a orillas de la laguna Auquinco, Marco Vázquez arrea solo a sus 700 animales. Anda con un caballo cargado y dos perros que gruñen cuando se acercan personas. Mientras él está parado, ellos están acostados. Ni bien se sube a su caballo, los perros salen disparados a ladrarle a los chivos. Él rodea el piño y lo lleva desde atrás; los perros lo ordenan desde los costados para que los chivos no se dispersen. “Salga de ahí”, grita a los animales. Y todos se mueven en grupo.
Marco anda solo. Es de la zona de Chihuido, cerca de Quili Malal, del otro lado del río Neuquén. Es soltero y no sabe bien cuántos años tiene. “Nací en el 77, saque la cuenta”, dice. Recién está en la primera parte de su camino al campo de veranada que usa hace 13 años. Lleva como 50 kilómetros y hasta Varvarco calcula que hay como 200.
No es optimista cuando mira la inmensidad del camino que le queda por delante. “Este año no nevó, no llueve hace años, no creo que sea una buena temporada”, cuenta. El pastizal se ve amarillo y sólo se reconocen algunos mallines pequeños cuando la Ruta 7 empalma con la 40.
La sequía se sufre hace cinco años. Los chivos no están gordos como quisieran sus dueños y llegan débiles a la veranada después de tanto caminar. El verano se ve complejo en la mirada de los crianceros. “No queda otra, no hay otra que hacer”, se resignan. El destino parece escrito e irrefutable para ellos.
Otra ruta
Cruzando Chos Malal, a orillas del Neuquén, esperan que se haga de noche el joven Juan Soto y Juan y Horacio Herrera. Llevan 400 animales y los están descansando para cruzar la ciudad al otro día. Es la parte más difícil del viaje. Son del paraje El Rayoso y van hasta Los Carrizos, unos 150 kilómetros calculan. Están por carnear un chivo para cenar al lado del camino de la Ruta 40: así comienza la temporada en la que sólo comen carne, tortas fritas, pan casero y amenizan con un poco de vino o mate.
Llevan tabaco para armar; dos van a caballo con el piño y otro va sobre la ruta con la camioneta. Toman mate dulce. Hablan sobre el viento. Tienen dos perros, uno se llama Ardilla, es chiquito, con rulos color gris. Duerme enrollado al lado del fuego donde se calienta la pava. Está fresco. Todos van de campera, gorra de gaucho, camisa, pañuelo al cuello, botas de cuero y rodillera arriba del pantalón de gabardina, con el pelo hacia adentro para que abrigue y al revés para que no entre la lluvia.
Los tres esperan la hora de carnear para comer e irse a dormir. Tienen que cruzar el puente sobre el río Neuquén ni bien aclare. “No lo hacemos de noche por los accidentes. En general la gente respeta a los animales, salvo que vayan muy apurados o no sean de acá”, dice Horacio.
Los perros ordenan el arreo mientras caminan las chivas por la ruta. Ardilla les ladra al oído y los animales le hacen caso y avanzan pegados. Cada piño está señalizado con una marca en las orejas de cada animal. Cuando se juntan varios grupos en el Curí Leuvú y comienzan unidos el ascenso a su veranada, los chivos se mezclan, pero al llegar al lugar se separan solos.
En el camino venden mucho. Piden entre 350 y 400 pesos por cada animal de 12 kilos. Se los llevan vivos en su mayoría, chillan como bebés cuando les atan las patas y los suben a los autos.
El mito de que la chiva es más rica que el chivo es desestimado en un chasquido. “Es el degollador el que le cambia el gusto a la carne si el animal come la misma pastura. Si está bien degollado, la carne del animal es riquísima, sin importar si es hembra o macho”, dice Jairo. Aunque los crianceros prefieren tener mayoría de chivas en su piño porque engordan más y no se distraen, “los chivos se van a huevear por ahí”, relata.
Juan y Horacio son primos. Se suman al arreo de Jairo sobre el puente del Curí Leuvú porque son vecinos de veranada y van a transitar juntos el último tramo de viaje. Todos son de zonas diferentes y se juntan todos los años en el mismo punto del mapa, a la ida y a la vuelta. Lejos de los pueblos, ellos siguen criando su ganado, unos cuantos chivos, unas pocas vacas, unos caballos y dos o tres perros.
Nota para La Mañana de Neuquén, diciembre de 2012. Foto y texto: Romina Zanellato.
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